Mala pata

Uriel Arechiga

Últimamente, me he quedado en blanco con los temas del reto semanal del taller de escritura y las ideas no fluyen. Siento como si hubiera perdido a mi musa. Qué mala pata.

Como en tantos libros y películas que he visto, fui a buscar inspiración a una cantina por el centro de la ciudad, llamada “La Cuatro Vientos”. Si no encontraba ideas ahí, estaba perdido.

Pedí uno, dos, tres tequilas, y la musa no llegaba; después de dos más, lo que sí llegó fue un calorcito en el estómago y ese tipo de neblina mental que te hace ver todo con un cristal diferente.

Fue entonces cuando escuché un taconeo muy fuerte, y volteé a ver, para mi sorpresa, a un tipo con una pata de palo. Sí, de palo.  Se burlaban de él; le decían el TOC TOC por obvias razones. El cantinero no le quiso servir porque, al parecer, no llevaba dinero.

En ese momento, decidí utilizar el recurso de emergencia de todo escritor cuando no tiene una idea en mente: succionar como vampiro la historia de alguien más.

Llamé su atención y lo invité a tomar unos tragos con dos condiciones: que me contara su historia y que pidiéramos una botella de herradura blanco. Contestó a ambas cosas con un gruñido inteligible pero, como había llegado taconeando a mi mesa y se había sentado, supuse que quería decir que sí.

Le pregunté cómo se llamaba y me dijo que se llamaba TOC TOC.  No insistí.

Me dijo que no había mucho que contar sobre él; tenía unos días de haber salido de la cárcel pero, antes de eso, había sido un hombre muy feliz, hasta que había perdido su pierna.

—¿Cómo perdiste tu pierna? —pregunté, sin querer sonar insensible.

—Ahí está el gran problema —me contestó.

No lo sabía. Un día después de haber pasado por esta misma cantina, llegó a su casa y se acostó; al día siguiente al despertar, su pierna ya no estaba. Su esposa se enojó muchísimo; le dijo que ya estaba harta de que perdiera todo, incluso la pierna.  

Se acordó de la pata de palo de su bisabuelo, que había estado en la guerra cristera y que había tenido la fortuna de saber qué le había pasado a su pierna. Se la había llevado una bala de cañón. Él la iba a usar hasta encontrar la suya.

Lo que siguió fueron puras burlas y discriminación: en el trabajo, con sus hijas que se avergonzaban de él, con su esposa que no ocultaba su desagrado. El apodo se le había quedado tan pegado que ya no recordaba si había tenido otro nombre.

Pero lo peor era la rutina diaria al regresar del trabajo.  Vivía en el cuarto piso de un edificio y no había elevador, por lo que el taconeo en el cubo de las escaleras se magnificaba con un eco que llegaba a cada rincón del edificio. Todos los días encontraba a su mujer en la puerta para recibirlo diciéndole de mil maneras distintas lo que lo despreciaba.

TOC TOC decidió que no valía la pena vivir así. A escondidas de su esposa, se endeudó con una prótesis de titanio y fibra de carbono, articulada. No dijo nada y, durante meses, fue a terapia para aprender a usarla. Mientras, siguió soportando las escenas diarias.

El día que estuvo listo para usar su prótesis, fue muy contento a su casa; era como volver a tener su pierna. No había nada de taconeo y disfrutó   enormemente subir las escaleras hacia su departamento sin hacer ruido alguno. Obviamente, su esposa esta vez no estaba en la puerta, y fue a buscarla al cuarto. Estaba en la cama con su compadre; con furia se dio cuenta de que el taconeo durante meses había anunciado su presencia y era cuando el traidor aprovechaba para salir por las escaleras de emergencia. No les dio tiempo a reaccionar; los molió a golpes ahí mismo en el colchón donde se revolcaban.  Por eso fue a dar a la cárcel.

—¿Y la prótesis nueva?

—La utilicé para agarrarlos a patadas; los cargos con el juez fueron por lesiones mayores.

Salí borrachísimo de la cantina, pero con una gran historia. Pobre TOC TOC, y yo que decía que yo tenía mala pata…