La sonrisa del payaso
Graciela Figueroa
—¿Qué te pasa amiga? Te noto preocupada, angustiada.
—Tuve un sueño muy perturbador hace dos noches, que me dejó intranquila. No se lo he contado a nadie. Traigo un nudo en la garganta.
—Si te hace sentir mejor, cuéntamelo.
— Me encontraba sola a las seis de la mañana en la parada del autobús, lista para ir a la universidad; cuando un trío de jóvenes empezó a lanzarme miradas lujuriosas y a decirme palabras obscenas. Cuando traté de alejarme, me detuvieron, me cargaron y me llevaron a un paraje cercano donde empezaron a rasgar mi ropa, trataba de gritar; pero uno de ellos me tapaba la boca con la mano, yo lo mordía. Entonces lo escuché vociferar… “hay que cortarle las comisuras de los labios, para que no pueda gritar; y si lo hace se desangraría”. Buena idea, hagámoslo, dijeron los otros dos. El más alto de los tres sacaba una navaja y me hacía los cortes. Ellos se reían y decían que ahora parecía “un payaso sonriente”. En ese momento me desperté con el corazón acelerado. Me incorporé, temblando con un pavor sordo, tomé un vaso de agua para tranquilizarme. Estaba empapada en sudor.
—¡Ay, amiga! Qué bueno que solo fue un sueño o más bien una pesadilla.
—Sí, pero fue tan real, que no se me borra de la mente. Ya no quiero ir sola a la parada de autobús.
—Pues dile a tu hermano que te acompañe para que estés más tranquila.
—Tienes razón. Le voy a decir a Manuel.
Un día que Vicky iba en el auto de un amigo, un payaso callejero se les acercó. Ella se puso histérica, gritaba… “aléjate, aléjate”. Su amigo se desconcertó totalmente de su reacción exagerada. Trató de calmarla, diciéndole que todo estaba bien, que no pasaba nada. El payaso ya se había retirado.
Cuando llegó a casa fue a su lugar favorito, su mesa en la terraza junto a la jaula de su cenzontle, que en cuanto la vio le cantó un buen rato con varias de sus mil voces, como si supiera que eso la calmaría y la pondría feliz. Y sí, su cuerpo dejó de estar tenso, su cara se relajó.
Su amiga Magy le recomendó buscar ayuda psicológica para resolver su problema de ansiedad y fobia a los payasos.
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El especialista escuchó entre palabras atragantadas el sueño de Vicky y la reacción que tuvo al ver al payaso. Con voz sutil le inquirió:
—¿Te puedo hacer una pregunta íntima?
—Sin problema.
—¿Ya has tenido relaciones sexuales?
—No. Todavía soy virgen. Aunque ya tengo dieciocho, no he querido tenerlas con cualquiera.
—Bueno, entonces, deduzco que tu pesadilla tiene relación con el miedo de perder tu virginidad de una forma agresiva y no consensuada.
—¿Usted cree? Me sentí débil y vulnerable.
A pesar de que Vicky era muy atractiva para los chicos por su esbelta figura, sus ojos grandes de mirada profunda y su larga y bien cuidada cabellera, ninguno se atrevía a pedirle que fuera su novia. Sabían que ella solo estaba interesada en sus estudios.
Después de varias sesiones de terapia Vicky adquirió más confianza, logró superar su fobia a los payasos, y a estar sola en el paradero de autobús. Eso sí, siempre cargaba un bote de gas pimienta en su bolso.
Una solitaria mañana cuando estaba esperando el transporte, un grupo de jóvenes que estaban fumando, probablemente mariguana, se acercó a ella, y empezaron a hostigarla. Vicky, nerviosa trató de sacar su “gas pimienta”, pero de inmediato se lo arrebataron. De pronto, un súbito escalofrío de terror invadió su cuerpo. Ahora tampoco pudo gritar.
Los depredadores en un estado transitorio de exaltación exclamaron: “a divertirse chavos”.