La oportunidad

Gonzalo Tessainer

La luz de un foco sigue los movimientos que realizo en el medio de la pista. El maquillaje que cubre mi cara comienza a emborronarse, dándome un aspecto grotesco y cada vez más alejado de la ficticia felicidad que quiero mostrar. Desconocidos me rodean; se asombran por las piruetas que realizo. Se ríen con cada tropiezo que tengo y aplauden cuando mi actuación finaliza. La lona que cubre la carpa del circo en el que trabajo comienza a girar, mientras doy vueltas intentando encontrar una cara familiar, pero no lo consigo. De repente, los asistentes se convierten en bocetos dibujados a carboncillo por un pintor expresionista. Todos tienen los ojos borrosos, y unas carcajadas que camuflan mis gritos salen de sus deformadas bocas. Finalmente, preso de la desesperación, caigo al suelo y cierro los ojos. Cuando vuelvo a abrirlos, las risas han cesado, las personas se han esfumado y la lona ha desaparecido. Lo único que me acompaña es el foco, cuyo calor sigue derritiendo mi maquillaje. Me levanto y me acerco a la fuente de luz; intento tocarla pero, cuando mi mano comienza a sentir el calor, me despierto. “Otra vez la misma pesadilla”, pienso al bajarme de la cama. 

 Mientras fumo un cigarrillo en la cocina, recuerdo las palabras que me dijo el dueño del circo cuando le comuniqué mi intención de abandonar el espectáculo: ¿Quieres buscarte otro trabajo? ¿Qué sabes hacer, aparte del ridículo? dijo con desprecio. ¡Haz lo que te dé la gana! ¡Vete y verás la cantidad de gente que quiere a un enano como trabajador!”. 

 Mezclándose mis lágrimas con el humo del cigarro, vuelvo a ser consciente de que esas palabras eran ciertas. Cuando abandoné aquella carpa enfundada por una lona bicolor en la que se camuflaban las miserias de unos artistas que intentaban vender una felicidad temporal, lo que encontré fueron negativas y prejuicios disfrazados de sonrisa.  A pesar de mi estatura, la sombra de mi frustración siempre ha sido muy alargada, y estos acontecimientos hicieron que creciera unos centímetros más. Sin trabajo y sin formación, supe sobrevivir en un mundo a costa de dar satisfacción granulada a personas que se perdieron en el camino de la vida.

 

El sonido de mi móvil hace que abandone mis recuerdos y vuelva a la realidad.

¿Sí?

¿Eres Toni?

¿Qué quieres?

Me han dicho que tienes la mejor mierda de la ciudad. Esta noche doy una fiesta y me gustaría que mis invitados se lo pasaran muy bien. ¿Tienes algo de dragón?

¿Cuánto quieres?

Con cuatro gramos habrá suficiente. ¿Puedes acercarla a mi casa antes de que llegue la gente?

Sí, pero eso subirá el precio final. 

A la hora indicada, acudo a la casa del anfitrión de la fiesta. Nada más pisar el felpudo, un hombre de mediana edad abre la puerta. 

¿Toni? asiento–. Te estaba esperando. ¡Pasa!

La decoración de la vivienda delata el mal gusto de su propietario y la música de fondo corrobora el prejuicio que tuve de él nada más verlo.

¿Cuánto te debo? 

El timbre se adelanta a mi respuesta y, tras abrir la puerta, veo una cara familiar. Una cara en la que el paso del tiempo ha sido muy cruel con su piel.

 –¡Toni! ¡Cuánto tiempo! ¡La última vez que te vi fue…! dice el primer invitado de la fiesta.

El día que dejé el circo interrumpo sus palabras. 

Bueno, ya veo que supiste ganarte la vida asevera desviando su mirada a la bolsita de plástico que sostengo en mis manos. 

Eso intento. ¿Qué tal te va? Ya me enteré de que cerraste el circo.

Mejor dicho, me lo cerraron. Pero no me va mal. ¡Sobrevivo, que no es poco!

Tras esas palabras, los ojos del que fue mi jefe adquieren un mayor brillo.

 –Me ha encantado volver a verte, pero tengo que acabar un asunto con el dueño de la casa.

 –¡Un momento, Toni! En estos años me he arrepentido muchas veces de lo que te dije aquel día. Creo que es el momento de pedirte disculpas. 

No hay nada que perdonar. Pero quiero preguntarte una cosa, ¿alguna vez has sido feliz?

 La mirada del antiguo dueño del circo choca con la mía.

 –Toni, considero que hemos sido muy injustos con nuestras vidas. Creo que merecen que les demos otra oportunidad. 

Estando de acuerdo con él, le doy una palmada en su rodilla y abandonamos la casa. De esa manera, y como si de un libro de fantasía se tratase, un anciano y un enano emprenden un viaje hacia la felicidad mientras un dragón observa cómo se alejan.