La llamada
Gilberto Naranjo
El timbrazo me asustó. Ring…, ring. Irrumpía violento sobre la paz de la mañana del sábado. Pisaba el canto de los pájaros de la plaza. Ring…, ring. Sonaba a intervalos regulares, como dando un breve descanso, para atacar de nuevo.
Por la ventana cruzaban los rayos sesgados formando un haz de luz que incidía sobre la oscura tarima. Ring…, ring. Estaba ladeado en la cama y fantaseaba con las partículas de polvo, que se mostraban juguetonas dentro del rayo dorado. Ring…, ring. Aún no me apetecía levantarme, aunque ya estaba despierto. Ring…, ring.
Mi casa estaba en el centro del casco antiguo, y olía a madera de pino viejo, curtido con solera por los años. Ring…, ring. Una casa enorme que ahora estaba vacía.
Ring…, ring. Había acabado la carrera y empezaba a trabajar en el sector. Ring…, ring. El teléfono era un artefacto muy pesado llamado “Góndola”, estaba amarrado a un cable en la planta baja. Ring…, ring. El éxito tiene una cara extraña, no corresponde con el esfuerzo realizado con tanto sacrificio… Ring…, ring. Simplemente llega, y se posa sin sobresaltos en tu vida.
Mis compañeros de estudios ya habían cogido su rumbo y ahora vivía solo, aunque estaba tranquilo. Siempre tuve miedo al abandono, pero había descubierto que la vida te enseña. Y aprendes a respirar. Ring…, ring.
Por entonces, se había roto mi relación de adolescencia. Había durado más de diez años. Ring…, ring. «¿Quién será?».
Encontrar mi individualidad es una de las sensaciones más placenteras que existen. Ring…, ring, ¡solo y sin novia!
Una agradable sorpresa me hizo reflexionar que todo tiene su momento, y que, cuando las cosas se agotan, lo más sano es cambiar el rumbo.
Ring…, ring. Pensé en desistir, tendría que levantarme, bajar los peldaños que crujían a cada paso, y atravesar todo el pasillo hasta llegar. Ring…, ring. En el momento en el que ya me había mentalizado para hacer la excursión, cesó.
El silencio se hizo profundo. Un instante eterno en el que mis oídos retenían la memoria del zumbido. Todo se apagó. Hubo un momento de confusión dónde la nada fue la protagonista. Ahora, después de tantos años, ya no puedo entender cómo fue, ni cuanto duró.
Después, tuve que concentrarme para recuperar el canto en los árboles de la plaza, pero había perdido el microcosmos en el interior del haz de luz. Ya no encontraba la postura. Me estiré en la cama y cerré los ojos. Aún tenía miedo a la incertidumbre, pero el miedo es, en mi caso, un motor muy potente. Empezaba a sumirme en un pequeño abismo cuando volvió a sonar. Ring…, ring. Me levanté de golpe y bajé corriendo.
Ring…, ring.
Ring…, ring.
Ring…, ri…
—¡Hola!, soy Tomás, ¿qué haces todavía en la cama? He quedado con Pilar para hacer una iniciación al buceo en una hora, creo que lo llaman bautizo, ¿tú te has confesado? —Me dijo con la ironía que siempre lo acompañaba.
Tomás era mi amigo desde primero, y aunque en un principio me pareció arrogante, resultó ser una persona noble. Estaba tirándole los tejos a Pilar, un bomboncito que fue nuestra compañera en la escuela, ahora trabajan juntos.
—¿Cómo sabes que estaba aún en la cama?… ¿Buceo…?, pero, ¿cómo es eso?, ¿con botellas y todo?, ¡qué bueno!
—Sí, Pilar está en un club y lleva tiempo practicando. ¡Vamos!, ¡a la ducha!, te recojo en media hora.
Todavía tenía un resquicio de tristeza y me asaltó el mismo miedo al miedo de siempre. Me encontré hablándome a mí mismo:
«Tienes dos opciones: continuar aquí encerrado y perderte lo que te toca vivir, o enfrentarte a todo, ¡cómo siempre has hecho!»
Salté a la ducha con un optimismo creciente. El rio de agua fue inundando el cuarto de baño, hasta que llegó hasta el techo y me sumergió en un mundo subacuático. Se abrió, ante mis ojos, una nueva dimensión. Navego, desde entonces, en un medio diferente, que me ha enseñado a aprender cómo dominar mi cuerpo. También: la superación, la satisfacción de sentirme realizado y el placer. Pero, sobre todo: la armonía, el silencio, la tranquilidad y el equilibrio.