Cotilla de Pacotilla
MARI OTERO
Camina, camina, camina, ¡vamos! … concéntrate en el sonido de los tacones sobre el parquet, mira al frente y llega hasta tu sitio. No mires a su escritorio. No mires, no mires, no mires… ¡Puñetero ojo!, se ladea sin mi permiso para mirar de reojo y, por suerte, aún no ha llegado a la oficina. Buff… al menos no tengo que pasar por su lado
Todavía me pongo roja de recordarlo… ¿Por qué Mari? ¿Por qué decidiste que era buena idea mirar fotos de perfil en el Whatsapp un domingo a las dos de la mañana? Y lo peor de todo, ¿por qué pensaste que era maravilloso cotillear la foto de perfil de tu supervisor? Sí, mi nuevo supervisor. Ese tío que tiene pinta de cualquier cosa menos de eso. Madre mía… parece sacado de la revista Men’s Health. Puto insomnio y putas hormonas de adolescente crecida en edad.
Consigo llegar hasta mi sito entre sudores fríos. No está aquí pero vendrá de un momento a otro…, ¿hay una bolsa a mano con la que taparme la cabeza? Me quito el bolso y lo cuelgo del respaldo de la silla. Ni siquiera saco el móvil, no tengo el valor para encenderlo. Abro el correo y, mientras se cargan los mails, voy ordenando facturas… adoro los lunes.
En medio de mi tarea la noche anterior vuelve a torturarme. Ahí estaba yo, con mi pijama de unicornio de Primark, en modo espía de pacotilla. En su foto se adivinaba como aparecía él, con gafas de sol, mirando a la nada con cara de que guapo soy, que tipo tengo. Y yo solo quería verla en grande y, a poder ser, hacer una captura de pantalla para enseñársela a mis amigas. Pero no, tuve que apretar el maldito icono de la camarita y hacer una videollamada a MI SUPERVISOR. Dios… cuando vi mi cara en la pantalla casi me da un infarto. Di al botón de colgar tantas veces mientras chillaba como una loca que por poco no hice un agujero en la pantalla. Todo para que el teléfono acabara estampado contra la pared y la pantalla hecha añicos. Después conmigo dando saltitos por la habitación mientras me cubría la cara con las manos. Al final cogí el móvil del suelo y lo apagué veloz como un rayo. Aquí no ha pasado nada.
Unos pasos al fondo de la oficina me sacan de mi ensimismamiento. Traje, corbata, camisa y americana descansando en su hombro. Es él. Mierda, mierda, mierda. Vale, tranquila, vete al archivo a colocar las facturas y así te da tiempo a pensar. Me levanto rápido con tan mala suerte de que tropiezo con los cables del ordenador. Todas las facturas salen volando y acaban desperdigadas por el suelo. En serio, ¿alguien me ha puesto dos velas negras?
Mientras las recojo a toda prisa veo como se acerca. A la mierda, ¡me va a despedir por idiota! Adiós a mi piso de alquiler, a mis vacaciones en Italia, a mi coche… Levanto la vista y me clava sus ojos verdes con cara de circunstancias. Se agacha y me ayuda a recoger sin decir nada. Su silencio me pone más nerviosa… ¡di algo coño! Cuando acabamos nos levantamos y, antes de volver a su sitio, me dice por lo bajo: Señorita, cuando quiera, mira usted su móvil.
Yo me quedo parada y con cara de boba sin saber qué responder. Vale, ¡me va a despedir! Adiós mundo. Este es mi fin. Saco el móvil del bolso y lo enciendo con las manos temblorosas. Veo como me observa expectante desde su mesa. Me salta una notificación de: Jorge Supervisor. Abro el Whatsapp y… ¿Qué? ¿Emojis? Muslo de pollo, cerveza, luna, sevillana… ¿Qué me quiere decir con esto? Le contesto con un montón de interrogaciones. Un pequeño cristal de la
pantalla se me clava en el dedo ¡Ay! Y él mientras: Escribiendo…, escribiendo…, escribiendo…. Por fin responde: Creí que te gustaban los mensajes subliminales, pero veo que no lo has pillado. ¿Quieres venir a cenar conmigo esta noche?
Le miro y veo como contiene una carcajada. Yo le devuelvo una sonrisa mientras levanto mi dedo pulgar en un particular emoji.