La elección

Miriam G.

Estaba agotado física y mentalmente; no podía quitarme de encima la sensación de que todo se estaba desmoronando. Buscaba las llaves del coche en mi maletín sin mucho éxito, cuando un hombre de unos cuarenta años con traje oscuro se me acercó:

—Buenas tardes, señor Morales. Tiene que escucharme: tengo una propuesta que hacerle — me dijo el desconocido.

—¿Perdone? Mire lo siento, pero ahora no tengo tiempo, si me disculpa… —le contesté haciendo el gesto de pasar de largo. Aún tenía que ir al hospital y hacer el relevo a María, pero el desconocido me sujetó el brazo y me dijo:

—Podemos ayudar a su hija. —Paré en seco y lo miré fijamente.

—De acuerdo. Hablemos —dije con la voz más neutra que pude.

—No, primero debo presentarle a alguien. Haga el favor de acompañarme. —Me señaló la puerta trasera abierta de un BMW X5 gris metalizado. Al ver mi cara de desconfianza, añadió—: ¿No quiere salvar a su hija? —Esas palabras me convencieron de entrar en el coche del desconocido.

En los diez minutos que el chófer tardó en llegar al sitio, llamé a María para avisarle de que aún tenía trabajo y que iría más tarde. Noté la decepción en su voz cuando me contestó que nos veríamos luego, y mi corazón se encogió un poquito más de lo que ya estaba. Las estaba perdiendo a las dos pero, si había alguna oportunidad de salvar a Paula, debía intentarlo.

Atravesamos las puertas flanqueadas por dos vigilantes de seguridad de un restaurante de lujo. En esos momentos ya tenía más que claro que me estaba metiendo en la boca del lobo. El desconocido me acompañó hasta una mesa alejada de la entrada en la que había un señor de unos setenta años, que se levantó cuando estuve a su altura:

Benvenuto, mi señoría Morales, por favor, tome asiento —invitó mientras con un gesto me señalaba una silla y con la cabeza indicaba al desconocido que se retirara, pero no demasiado: era gato viejo.

—¿De qué va todo esto? Ustedes saben quién soy, lo cual no augura nada bueno y, por lo que estoy observando, me hago una idea de quiénes son ustedes. —Mi incomodidad era evidente.

—No tan deprisa señor Morales. Yo tengo algo que creo que le interesará mucho y usted, aunque aún no lo sabe, tiene algo que me interesa a mí. Sé que su hija… Paula, ¿verdad?, está esperando un corazón nuevo que de momento no llega, y su tiempo se agota. ¿Qué me diría si le digo que yo puedo mandar un corazón compatible para ella al hospital?

—¿A cambio de qué? —Mi corazón había empezado a aporrear mi pecho. Cada día veíamos cómo la pequeña Paula se apagaba, y el dolor de María y mío era tan grande que apenas si podíamos sostener la mirada del otro.

—Verá, el lunes pasará a disposición judicial Vittorio Raso, mi sobrino, y usted, como juez encargado del caso, debería ponerlo en libertad; a cambio yo le mandaré el corazón a su hija: sencillo, ¿no cree? —interpeló el viejo mafioso con una sonrisa—. Le doy hasta mañana para pensárselo, si no accede y prefiere ver morir a su hija usted mismo. Pero recuerde que  hay  pruebas  y  testigos  de  que  su  señoría  se  acaba  de  reunir  con  un  vangelo1   de  la ‘Ndrangheta2, así que por su bien será mejor que esto quede entre nosotros.

Cuando por fin llegué al hospital, María estaba visiblemente molesta por mi tardanza. El cansancio de todos los días en el hospital le estaba pasando factura. Me explicó el parte médico del día sin emoción y sin novedades, y se marchó a casa a darse una ducha y a descansar un rato.

Aflojé el nudo de mi corbata, que no el de mi estómago, y me senté en la butaca cogiendo con cuidado la mano de Paula. Ella abrió los ojos y sonrió: 

—Hola, papá. 

—Hola, cielo —le contesté haciendo de tripas corazón. Para alejarnos un poquito de aquel lugar, y de sus pitidos, cogí el móvil y puse una lista de reproducción con las canciones de moda que tanto le gustaban. Era nuestro ritual hospitalario. Al cabo de un rato se durmió.

Yo no podía dejar de pensar en la propuesta que me había hecho el viejo vangelo: había conseguido el puesto de juez después de muchos sacrificios con la firme convicción de que sería justo y con unos principios muy bien asentados. No podía permitir que un capo mafioso quedara en libertad: era un peligro para la sociedad y, sobre todo, para sus víctimas. Ya se sabía cómo se las gastaba la mafia. Pero mi preciosa niña… La vida se le escapaba y, como padre, no podía permitir tal cosa. ¿Qué podía hacer? Debía elegir entre mi deber para con la sociedad y mi deber como padre. Fuera cual fuera mi decisión, tendría que vivir con esta toda la vida y acarrear las consecuencias.

El martes siguiente amaneció con la misma noticia en todas las portadas de todos los periódicos de ámbito nacional e internacional: «Un error deja en libertad a un capo de la mafia calabresa detenido en Barcelona. La Audiencia Nacional alega que la policía italiana no le informó de que el acusado pertenecía a la ‘Ndrangheta3».

***

  1. Vangelo: figura destacada de la organización calabresa que desarrolla principalmente su actividad criminal a través del tráfico de drogas y de las armas.
  2. Ndrangheta: organización criminal calabresa.
  3. Titular extraído del diario El País del 19 de octubre de 2020. https://elpais.com/espana/catalunya/2020-10-19/un- error-deja-en-libertad-a-un-capo-de-la-mafia-calabresa-detenido-en-barcelona.html