La cuenta que todavía duele

Darío Jaramillo

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–Dos mil trescientos ochenta –dice el hombre, la mirada perdida, voz entrecortada, los labios partidos, el cabello cano y desaliñado.

Márquez asiente, lo mira fijamente, pero el hombre no corresponde el gesto, su mente parece estar en otro lado.

Se da cuenta que no tiene caso seguir interrogándolo, frustrado deja al paciente en su habitación. Una vez en su oficina, anota:

“Sujeto, masculino, edad entre 30 y 40 años, encontrado en el hotel Riu, continua sin dar respuesta a preguntas sencillas como ¿cuál es su nombre, o dónde vive?, sólo la cuenta que lleva continúa progresando, ayer era 2 mil 379.”

–¿Seguimos sin saber nada de este tipo? –pregunta su colega, el doctor Ybarra, quien lo observa desde la puerta.

–Nada, no traía identificación y en el hotel donde lo encontraron se registró con un nombre falso.

–¿Estamos seguros que usó un nombre falso? –pregunta Ybarra, esperanzado en que tal vez alguien habría cometido un error.

–Arjen Robben, es el nombre que usó para registrarse –explica un tanto malhumorado Márquez.

–¿Como el jugador holandés?

Márquez simplemente asiente mientras respira hondo,  Ybarra comprende que es un callejón sin salida.

La frustración en el semblante de Márquez es evidente, lleva meses trabajando con el sujeto  y comienza a pensar que tal vez puede estar fingiendo demencia. En más de una ocasión lo ha visto escupir las píldoras y guardarlas en el bolsillo.

Pero no está listo para rendirse. Al día siguiente vuelve a su habitación, decidido a encararlo, sabe que si le registra los bolsillos encontrará las píldoras.

–A ver, vamos a intentar otra pregunta –le dice, tratando de mantenerse lo más calmado posible. –¿Por qué no te estás tomando los medicamentos?

El tipo ni siquiera volta a verlo, pero Márquez cree ver en el rostro del paciente una mueca burlona.

La tensión a la que ha estado sometido con otros pacientes, problemas en casa y algunas deudas que trae a cuestas hacen que explote y se abalanzaa sobre él, tomándolo del cuello.

–Mira hijo de la chingada, no te vas a estar burlando de mi, sé que estás fingiendo –lo acusa.

El custodio que está afuera escucha la conmoción y entra corriendo.

–¡Suéltalo, Márquez! –ordena.

Al escuchar ese apellido el paciente comienza a aullar.

En su mente el trauma se revive, lo ve tan claro como esa tarde del 29 de junio de 2014, partido de octavos de final de la Copa Mundial de Fútbol en Brasil.

Marcador empatado a uno, ya se cumplió el tiempo regular, cuestión de segundos para que acabe el partido y se irán a ronda de penales, donde todo puede pasar. El mítico quinto partido, está ahí, al alcance de la mano y entonces, la desgracia ocurre.

Rafa Márquez, pilar férreo de la defensa, mete la pierna para evitar el paso del holandés Arjen Robben (pícaro dirían algunos, tramposo dirían otros) quien se tira un clavado en el área chica y engaña al árbitro, éste señala la pena máxima. Klaas-Jan Huntelaar burla al aquero Paco Memo Ochoa y anota el gol que deja afuera a México de la Copa del Mundo.

Los ojos del paciente lucen desorbitados, parece salir del trance y engancha su mirada con la de Márquez.

–¡No! –grita con todas sus fuerzas y lo repite de manera obsesiva.

Mientras el custodio somete al paciente, un enfermero lo inyecta con un sedante.

Su cuerpo languidece y cuando está a punto de perder la conciencia alcanza a pronunciar:

–No era penal.