La carta quemada

Osbaldo Contreras

La fresca aurora iluminaba el bosque, rayos dorados alargaban las sombras. Ella abrió los ojos, despertaba a su primera mañana. Estaba amodorrada, se había desvelado con Diego en el campamento que él había planeado. Contenta salió para observarlo, pero él la mojó con agua fresca del río. Sorprendida se ocultó de inmediato al sentir el frío. Él continuó enrollando la bolsa para dormir, luego metió dentro de la mochila los utensilios de cocina y algunas cosas más. Ella lo observaba atónita, temerosa de no entender lo qué estaba pasando, se preguntó ¿por qué ahora Diego la trataba de esa manera?… No encontró respuesta.

Lo vio ponerse de pie y acomodar la mochila en su espalda. Él se alejaría. Ella lo supo y tomó valor para salir de nuevo. Caminó con cuidado porque todo alrededor estaba empapado. Solo alcanzó a distinguirlo alejarse del campamento… nunca volteó a verla. Eso le dolió, la puso triste. ¿Por qué Diego se marchaba? ¿Y por qué la dejaba en ese lugar desconocido?

Recordó la noche anterior, todo parecía haber estado bien entre ellos: se divirtieron despiertos hasta altas horas de la madrugada, jugaron, Diego le contó historias e incluso habían cocinado juntos. Ella calentó con amor ese café que tanto él había disfrutado. Después, antes de dormir: lo abrasó con su calor para que él durmiera delicioso. Pero ahora estaba sola, él se había alejado sin darle una explicación.

No tenía idea de cómo salir del bosque. Estaba angustiada, un poco apagada y con miedo. Por primera vez lo experimentaba, era desagradable. Luego volteó en todas direcciones en busca de una salida, siempre encontró lo mismo: muchos pinos, pasto verde, tierra y piedras. No sabía qué hacer, y lo peor de todo se encontraba bajo sus pies: estaba parada sobre un pequeño trozo de madera de pino y este se quemaba con rapidez. No tardaría en consumirse, entonces ella podría morir. Tan solo era una pequeña flama de fuego, abandonada dentro de un círculo de piedras con troncos y ramas quemados, y ahora húmedos.

Mientras reflexionaba sintió el viento en la cara. De manera violenta se alargó su cuerpo, fue necesario sostenerse con fuerza del trozo de madera para no volar por el aire. Se aferró desesperada a su único combustible, se dio cuenta que actuando así… se lo acabaría. Intentó relajarse, pensar con la cabeza fría porque, aunque estaba hecha de fuego: trataría.

Era vital encontrar a dónde moverse o se extinguiría. El pasto verde no parecía buena opción, tampoco los pinos, mucho menos las piedras o la tierra. Sobrevivía solo gracias a esa madera seca, decidió pararse en un pie para quemarla menos ¿Cuánto más aguantaría?

Junto al círculo de piedras de la fogata observó una hoja de papel, estaba arrugada. Recordó que durante la noche Diego la había leído una y otra vez; y siempre terminó llorando. Después de varias lecturas la hizo bolita, la arrojó a la fogata, esta rebotó en una piedra quedando a pocos centímetros; ahí olvidada. Sin perder más tiempo cerró los ojos y temerosa se lanzó para alcanzarla.

Mientras caía se sintió desaparecer, creyó no poder lograrlo, sobre todo cuando se estrelló de cara contra el piso de tierra, luego pensó en su muerte; sin embargo, una mano tocaba el papel. Sorprendida se puso de pie sin soltarlo y dio un profundo suspiro para oxigenarse. Con ello produjo una leve reacción exotérmica para generar energía, incandescer y llenar su cuerpo de calor. Aunque eso aceleraría la combustión del papel, se permitió disfrutarlo, pues aún seguía con vida.

Comenzó a crecer, aunque trataba de limitarse. Necesitaba llegar a otro lugar porque la bolita de papel no le ofrecía un futuro permanente. Pero no había nada alrededor, el aire le pronosticaba su extinción. El pánico se apoderó de ella, pensó que hubiera sido mejor nacer en otoño con el piso cubierto por miles de hojas secas y no pasto verde como esa mañana.

Escuchó pasos que se aproximaban, los reconoció al instante: Diego regresaba por ella. Se puso eufórica para recibirlo. Él corrió al verla. Ella emocionada abrió los brazos, y él la pisó con fuerza. Se quemaba la carta de su exnovia… no quería perderla.