Invisible

Darwin Redelico

_ ¿En serio no te lo habíamos dicho? -Sorprendida de sí misma le pregunta su esposa-

_ No. No tenía idea -Sorprendido por la sorpresa responde Guzmán-

_ Asumí que no habría problema si invitaba a toda mi familia a la cena de Nochebuena. ¡Poné tu mejor cara!, así no asustas al novio de tu hija.

_ ¿Qué novio?

_ ¿No te contó que está saliendo con un compañero de universidad? Si vieras que agradable.

_ ¿Y también lo conociste? ¿Cuándo esté muerto a quien le van a ocultar todo?

Guzmán jugaba constantemente con ese trágico vaticinio, que por supuesto todos tomaban muy poco en serio. En realidad, en nada lo tomaban en serio.

Al otro día lo recibe su jefe en la oficina, recién llegado de las vacaciones. Vacaciones de las que Guzmán se enteró una vez que ya habían empezado. El empleado le pregunta cómo había pasado. Solo recibió un lacónico “bien” sin dar detalles y acto seguido quien alguna vez fue su amigo se abocó a la tarea de pedirle un reporte de las novedades para ponerse al día. 

Su actual jefe y él fueron parte de la misma generación que entró a la empresa veinte años atrás. De todos ellos el único que conservó el puesto fue Guzmán. Los demás, fueron promovidos.  

_ ¿Cómo estuvo la despedida? -De pronto inquirió el jefe-

_ ¿Cuál despedida?

_ ¡Ay Guzmán, Guzmán ¡Siempre tan distraído – riendo y ahora dirigiéndose al resto- ¿Qué paso que no le avisaron?

_ ¡Ay! Es que lo decidimos a último momento y como ya se había ido… -atinó a contestar una secretaria de dos meses de antigüedad- 

_ Pero cuando no encuentran algo, ahí sí que …. -respondió ofuscado-

_ Che, no es para tanto, además vos te aburrís en esas reuniones. 

Guzmán imaginaba el momento de su sepelio. Fantaseaba con él. ¿Pero qué muerte tendría?  Quizá un final glorioso, intentando frenar un atraco, y en su heroico arrojo sería el mártir. Entonces su jefe, sentiría por vez primera celos. No le convenció. 

Una muerte lenta e impiadosa, un cáncer que lo iría devorando. Esa situación esclavizaría a su familia. Una torva mezcla de abnegación y lealtad hacia la vida por su parte y un sentimiento de culpa de todos los que lo subestimaron. Tampoco le gustó.

Entonces, una sensación de tristeza lo invadió. Y se resignó a que su muerte seria intrascendente, seguramente en la noche, un ataque repentino al corazón del que él en ningún momento tomaría conocimiento. Y tal vez, después de varios días, su familia y sus colegas empezaran a notar alguna ausencia.

Imaginó también el vacío de la sala de velatorio, quizás con su hija y el novio fornicando o porque no a su jefe consolando de manera personalizada a la viuda.

A la semana, al llegar a su oficina, ve a un joven que no conocía en su asiento. Sorprendido va a consultar a su jefe:

 _ ¡Perdón! perdón mi querido Guzmán, olvidé avisarte.  Pero que distraído, el sobrino del dueño viene a hacer una pasantía, solo por el verano. Pero ordené que te acondicionen aquel rinconcito donde vas a estar más tranquilo.

De todas las muertes posibles, Guzmán no había considerado el suicidio: como una revelación divina se le presentó este colofón, con dos maravillosas características: voluntaria y visible. Dos poderes de los que había carecido en su vida.

Se dirigió inmediatamente al balcón del tercer piso. Una empleada lo vio y dio la alerta. Concurrieron alarmados todos sus compañeros, los antiguos y los nuevos, los amigos y los traidores. Luego llegó la familia en pleno, y también los vecinos, algunos que ni conocía. Y para cuando arribaron la policía y los bomberos, ya todos estaban rogándole que permaneciera en este mundo con una variopinta gama de argumentos por lo que valía -según ellos- seguir aferrado a eso llamado vida.

Y Guzmán fantaseó con la idea de un fastuoso entierro, pues era más importante de lo que suponía. Era por fin el centro de atención después de cincuenta años. Para eternizarlo debería lanzarse al vacío, pero si lo hacía no podría saborearlo.

Desistió de su propósito ante el aplauso de la muchedumbre.

Cuando recibía los primeros abrazos, a pocos metros del lugar chocan dos vehículos. Inmediatamente todos, sin excepción, fueron a auxiliar a los damnificados o simplemente a curiosear y dejaron solo y conmovido en el balcón a Guzmán.