Invidente
Mirtha Briñez
El bastón repiqueteaba sobre el pavimento; igual que el arco sobre las cuerdas del violín en un “Movimiento Perpetuo”, quien lo portaba caminaba a prisa, sabía que el asesino la seguía, conocía esos pasos, y el apestoso olor a almizcle de su piel, imposible de ocultar bajo el fuerte aroma de maderas y pachuli de su perfume.
Ella se había retrasado, anochecía, ya no sentía los sutiles y cálidos rayos del sol del atardecer, también notó la ausencia de transeúntes. Se encontraba a mitad de camino, era el momento de girarse hacia él y hacerle hablar, así podía calcular el punto hacía donde dirigir el báculo.
― ¿Qué quiere?, ¿dinero?, ¿el teléfono?
― ¿Te crees muy lista? Sabes quién soy, no quiero testigos…
Un imperceptible clic rompió el silencio, con destreza enterró el estilete y con agilidad lo soltó; lo usual era que la víctima de la estocada lo intentara sacar, era un hombre corpulento y la podía arrastrar. Oyó como caía al pavimento el hombre y el arma. De nuevo la mujer se hizo con el bastón, lo deslizó por el costado izquierdo y con saña, donde supuso se encontraba el corazón lo clavó de nuevo.
El duelo había terminado. Estaba preparada para probar los alimentos para perros hasta descubrir el que más agradaba a su nuevo amigo, Cronos.
A ritmo de Paganini se alejó.
***
Meses atrás cuando se encontraba en la tienda, escuchó una acalorada discusión entre el dueño de la tienda y el delincuente… lo extorsionaba y amenazaba. Era el hombre que todos los viernes al atardecer, visitaba el negocio, el qué no le gustaba a Thor. Él la había alertado de su presencia con un ladrido. Su instinto le dijo que mejor se alejara de allí, se colocó los audífonos para escuchar música y se paró frente a la caja.
Pasados unos minutos sintió que el cajero tocaba su mano, iba a retirarse los auriculares, cuando una fuerza desconocida la arrojó contra un anaquel, se incorporó, notó la ausencia de Thor, él no la desamparaba. Era obediente, debía esperarla fuera de la tienda, pero ante una situación de peligro; su instinto lo llevaría hasta ella. Algo estaba mal.
“Se retiró los auriculares, llamó a su lazarillo, pero él no respondió, barrió el piso con el bastón; no era seguro aventurarse con tantos obstáculos”, pensó. Se sentó a esperar por ayuda, la cual no tardó: ambulancias, policías y bomberos, la tenían aturdida. Sus heridas eran leves. Los bomberos le notificaron que su perro guía no había sobrevivido a la explosión. Sus ojos muertos lloraban y recordaba los años junto a Thor, su mejor amigo.
Ella había sido, antes de perder por completo la visión, una destacada alumna de esgrima; aún ciega lo practicaba sobre un agujereado maniquí y una vez a la semana con su antiguo profesor. Había aprendido a calcular las distancias con el oído. El profesor ante la negativa de ella de vivir con su familia, y permanecer en ese solitario lugar le regalo un báculo dotado de un estilete, algún día podría serle de utilidad.