Invasión
Darío Jaramillo
La angustia en el cuerpo de Tomás iba creciendo, devorándolo por dentro, como un lobo que le desgarraba las tripas.
––¿Sabes por qué estás aquí? ––preguntó el oficial Cancino mirándolo directo a los ojos.
––Dicen que maté a varios compañeros, pero…
Un manotazo en el escritorio de metal lo interrumpió.
––¡Nada de peros; los cazaste como animales, degollaste a tres en el baño y apuñalaste a otros cuatro en el pasillo! ––vociferó el detective.
El cuerpo menudo de Tomás temblaba del otro lado de la mesa; cuando Cancino le mostró las fotografías de sus compañeros tendidos en un charco de sangre, experimentó un ataque de pánico. De pronto, las paredes se hacían pequeñas, apretándolo, quitándole el aire.
––¡De aquí no vas a salir hasta que me digas por qué lo hiciste! ––gritó el oficial. Su cara estaba tan cerca que Tomás podía oler en su aliento el café que se había tomado antes de entrar a interrogarlo.
De pronto solo escuchaba un zumbido; el tiempo parecía haberse detenido. Sus sentidos se agudizaron al máximo; percibía los latidos del corazón del detective. Olía la adrenalina. Tomás sintió un impulso eléctrico recorrerlo y, en un movimiento, atrapó los labios de Cancino con sus dientes y los mordió, desgarrándolos.
Cuanto más gritaba el detective, más placer sentía. En su mente, una voz le pedía que se detuviera.
Tomás, ¿qué haces? Suéltalo. ¿Estás loco? ¿¡Qué te pasa!?
Pero su cuerpo estaba entregado al éxtasis que le provocaba el dolor ajeno; se sentía poderoso y fuerte. Vibraba en un clímax, delicioso y efímero. Por el contario, para Cancino, el minuto que tardaron en someter a Tomás y lograr que lo soltara sin que le arrancara los labios se sintió eterno.
A pesar de la paliza que le propinaron los oficiales, el cuerpo menudo del atacante no sufrió daños de gravedad y se recuperó a una velocidad anormal, lo que a su vez provocó que su ingreso al penal fuera mucho más rápido.
Después de un mes de su ingreso, Tomás pidió ver al oficial Cancino; dijo que tenía información relevante sobre otros crímenes. El día pactado, se sentaron frente a frente, como la primera vez; sin embargo, en esta ocasión él estaba esposado al escritorio.
––Oficial, hoy voy a morir aquí y quiero que sepa que los detalles de otros asesinatos que he cometido están en mis diarios, dentro de mi celda.
––Vamos a revisar tu celda y, si me has mentido, vas a desear estar muerto ––amenazó Cancino enfurecido.
Mientras pronunciaba las palabras, su corazón comenzó a acelerarse. Imágenes de él golpeando a Tomás, azotando su cabeza contra el escritorio hasta reventarle el cráneo inundaban su mente. Cada vez se sentían más reales, cada vez se sentía más eufórico, fuerte y, sí, feliz. A lo lejos, unos gritos lo sacaron de su ensoñación. Sentía que le faltaba el aliento. Tres de sus compañeros intentaban hacer que soltara lo que quedaba del cráneo de Tomás.
Tras el incidente, el reporte indicaba que el oficial había actuado en defensa propia, cuando al acusado se le había abalanzado con un cuchillo para tratar de asesinarlo. Nadie cuestionó cómo podía haberlo hecho si estaba esposado al mueble, y el reporte forense fue alterado.
Cancino recibió un mes de baja administrativa para recuperarse del ataque; en su lugar, el detective Rosales se encargaría de darles seguimiento a las quince libretas que el occiso había dejado en su celda. Todas contenían dibujos de personas asesinadas en diferentes modos.
Las últimas tres libretas contenían dibujos exactos de las escenas de los crímenes por los cuales había sido procesado Tomás. En la penúltima página de una de estas, había una nota:
Para ti, que estás leyendo esto, tienes que saber que soy más viejo que el tiempo. Ocupo vehículos para darle rienda suelta al placer; este ya estaba muy confinado. No me gustan los espacios cerrados; además, las otras opciones disponibles en este lugar carecen de brillo. Una vez que se acostumbran al dolor, a los horrores que se viven aquí, ya no hay mucho más de qué alimentarme. Vamos a divertirnos. Atrápame si puedes.
Rosales dio vuelta a la página; en la última hoja aparecía el dibujo de la casa de Cancino.