Fernanda Almagro
H2O
Chicharras
Hacía calor; las chicharras con su canto parecían aumentar aún más la temperatura. Los tonos amarillos, naranjas, ocres de la tierra parecían estallar en un gran alarido de gargantas secas. El azul había desaparecido de ese trozo del planeta… Todos los sentidos parecían confluir en uno solo: la sed.
Tenía que alimentar a los suyos, y lo que aún era más difícil, debía proporcionarles agua o de lo contrario morirían en poco tiempo. Eran demasiado pequeños para soportar las altas temperaturas sin beber cada día. Por eso, ese charquito que milagrosamente acababa de hallar, supondría la vida para todos ellos.
Hacía no tanto tiempo el preciado líquido había fluido a raudales en aquel cauce de arroyuelo; ahora estaba prácticamente seco, como todos los del lugar. El agua jugaba cantarina entonces, saltando entre las piedras, descansando en remansos, para volverse orgullosa y bravía, totalmente ajena a la catástrofe que se avecinaba.
Primero bebió ella misma todo lo que pudo; debía mantenerse fuerte; si ella moría nadie se ocuparía de ellos y morirían también. A continuación llenó su pequeño buche todo lo que pudo y emprendió el vuelo. No estaba demasiado lejos de su hogar; podría dar varios viajes y saciar la sed de todos sus pequeños.
Mientras volaba, todo lo alto que podía, pensaba en lo insignificante que era. Solo una manchita en el cielo anaranjado.
La fuente de Samarcanda
He visto la vida pasar ante mí. En realidad yo misma soy la vida, o al menos la doy.
No tengo memoria de mi edad; sólo sé que recuerdo cada una de las personas y animales que han pasado ante mí, y son muchos, muchísimos, más de los que podéis imaginar. Algunos los vi día a día durante años, otros solo un breve instante.
He visto crecer a muchos que, ya ancianos, parecen recobrar la vida conmigo; esos mismos ancianos que un día jugaban a salpicarse unos a otros cuando sólo eran unos chiquillos. Me gustaba provocar sus risas; las risas de los niños…
Las mujeres. Quizás las más difíciles de contentar. Agradecidas a veces, resentidas otras. Acarrean la vida en sus caderas, en sus hombros. A veces el peso es una carga demasiado dura y, exhaustas, me maldicen. Pero cada tarde vuelven a mí, y entonces soy una excusa, un respiro en un largo día sin pausa.
Pero no todos entienden mi lenguaje. Quizás por eso me gustan los caminantes, esos que se sientan a mi vera y no hablan; escuchan mi rumor y entienden mis historias, el fluir de la vida.
No sé cuánto tiempo más estaré aquí pero quizás eso no importe.Ya soy parte de vosotros y de un modo u otro llevaréis parte de mi a través de generaciones.
Luna
Una vez al año en noche de luna llena ocurre algo asombroso en los mares del Trópico. Los corales, en un acto colectivo de amor y sortilegio, sincronizan su ciclo reproductivo y acuerdan desovar todos a la vez.
La luna, orgullosa, observa los millones de futuras criaturas que vagarán por el océano sabiendo que a ella deben su existencia. El pacto está sellado. Será madre de esos seres del agua. Seres del agua y de la luna.