Epílogo

Roy Carvajal

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Concluyó el libro y encendió un cigarrillo. Volteó la contraportada y miró mi foto. Se levantó del diván y caminó hasta el dormitorio con su bastón.

Se aprestaba a dormir con su pijama y gorro de octogenario. Entonces materialicé mi espíritu en el espejo de su ropero, a la par de un baúl.

—Hey, Gordon… —El editor me miró con los ojos salidos apenas cubierto con su frazada.

—¡Maldita sea! ¿cómo diablos… no habías muerto?

—Desoíste mis súplicas, Gordon. Tu obsesión de cortar y cortar… no me atreví a contradecirte y los publicaste a tu manera.

—¿De qué hablas? ¡En verdad eres tú!

—¡Mutilaste mis relatos!

—Ahora entiendo. Eres el espíritu de Raymond y quieres venganza. Mira, fantasma, no estoy para cuentos de Charles Dickens. Quita tu imagen de mi espejo y lárgate.

Un trueno retumbó. Ser fantasma tenía sus ventajas.

—Cuando devolvías mis relatos corregidos, no soportaba la cantidad de tachones. ¡Tu bolígrafo traspasaba el papel!

—¡Eres necio, Raymond! ¡Sin mis correcciones, tu obra hubiese fracasado!

—Yo escribía hasta la madrugada en la Remington y tú solo torturabas las páginas con el bolígrafo. ¡Cercenaste relatos completos por la mitad!

Fastidiado, estrelló su bastón contra el espejo y esquirlas cortaron su cara. El reflejo de mi fantasma se dividió en partes. Se dirigió al baúl a la par del armario y lo abrió. Allí permanecían los originales de mis textos. ¡Aun atesoraba las hojas repletas de rayones!

—¿Esto es lo que quieres? ¿Recuperar tus “emotivos” textos? De seguro sabes que los quieren publicar de nuevo… originales sin editar. ¡Redactores aficionados!  ¡Te encumbré a la cima y así me agradeces! 

—Fuiste cruel, Gordon, yo no era minimalista, ¡eras tú! Cambiaste mi prosa a un estilo seco y sin metáforas.

—¿Quieres hacer el favor de callarte, Raymond? No te hagas la víctima. Vete a beber, que en vida no hacías mas que emborracharte mientras yo me doblaba el lomo corrigiendo tus basofias.

Prendió un cigarrillo. Lo desafié, como debí haber hecho en vida.

—¡Anda! ¡Destruye mi legado! ¡Intenta quemar los originales con ese Zippo!

—¡Ignorante! Según tú, soy el antagonista y Raymond el mártir. Tus libros me dieron mala reputación, soy un fraude. ¡Si ese cáncer no te hubiese enviado a la tumba, serías un borracho trabajando como asistente de gasolinera!

—¡Eres un cínico!

—Acaba con tus sensiblerías. Seré yo el inmortal. 

Se acercó a la mesa de noche y se hizo con una lata de butano para encendedor. Vació el combustible sobre la pila de escritos y se deshizo del cigarrillo encendido.