El ser oscuro

María Coll

La lluvia cae sobre el bosque en frías y grandes gotas de agua. Con calma, los seres que viven allí pasan la tarde. Sus nidos y casas son el lugar dónde yacen para dormir, comer, o cuidar de los más bebés. 

La noche se prevé, y pensar en el comer se hace común en todas las madres de la zona. Cuando el sol se vaya por la línea donde se junta el cielo y la tierra, ojos y cuerpos grandes, negros harán suya la zona del río.

Se mojan, tienen frío y buscan qué comer. Unos hallan. Otros no. Pero todos saben que con el adiós del sol viene algo que nadie quiere ver, ni oír, ni sentir. Un terror común a todos los seres del bosque.

La madre del bebé castor grita en su busca. La culpa llena su mente mientras sabe que si quiere salvar al resto de sus hijos tiene que dejar solo a su amor en manos de la noche.

Quino es el más listo de los tres. Nació al final del parto, cuando ya su mamá daba de mamar a sus otros bebés. Siempre supo cómo dejar de ser visto, cómo coger algo para echar a la boca y como burlar a otros. Sin darse cuenta era una lección para llegar vivo a la luz del otro día.

Estar solo era un placer para él, pero se dio cuenta tarde que esa noche no tendría el calor de su madre, y tenía que vivir sobre todas las cosas.

En su corta vida, nunca vio un ser negro. Los cuentos que mamá lee antes de dormir dicen que una gran sombra vaga por las sendas y se lleva a las crías que salen de sus casas.

Quino pensó que era mortal volver a casa solo, así que quiso trepar por un árbol grueso y alto, pero no pudo. El ruido hizo salir a un ave gris de su nido.

-¿Qué haces aquí? – dijo 

-Me perdí de mi madre antes de irse el sol, y tengo que buscar un sitio para pasar la noche.

-Me llamo Bar, te voy a llevar a un sitio a salvo.

Bar se posó en el cuello del bebé castor y le llevó a un gran árbol cuya raíz era tan grande que se pudo meter ella. Se quedó junto a él, pues ya no quiso volver a su hogar por miedo a morir por el ser negro.

Una sombra y un ruido seco, y Bar abrió un ojo tras otro. Quino hizo lo propio cuando el ave le tiró del pelo con el pico.

-Hay alguien ahí fuera – tembló la voz de Bar.

Entre la raíz del árbol que les daba un lugar a salvo, ven una sombra larga, ancha, y tan muda y negra como la nada. Se funde con la sombra del árbol y de otros más que hay en esa zona del bosque, y es como un gran manto que cubre la noche. No se oye nada en la raíz del gran árbol. El terror y el miedo hacen que ambos seres se queden quietos, y una vez que los ojos se hacen a la noche, se dan cuenta de lo que están viendo. Solo saben de él a través de los libros de antes de irse a la cama, pero esas alas, esas garras y esa forma…¡es un dragón!

Lo que no saben es que el dragón ve claro en los sitios negros, y muy lento se posa cerca de la raíz que era lo único que dista al gran reptil de sus vidas.

-¡Hola! – dice con voz fina y grácil el dragón. -Me llamo Karn. Nunca hallé a nadie en mis rondas. Vago siempre solo y triste con el ansia de tener alguien para hablar, cantar, jugar o reír. ¿venís a jugar?

Bar y Quino, al ver la bondad en los ojos verdes del gran ser, salieron de su rincón y fueron al prado a jugar con él hasta que salió el sol.

 

Cuando volvió el día, los tres se fueron a sus casas, no sin jurar ser socios fieles de por vida y estar juntos cada luna nueva. Quino, feliz y con sueño, volvió a los brazos de su madre y nunca más tuvo miedo a la noche y sus seres.