Roberto Vega

El hueco

Javier mira preocupado. Al fondo, diseminados sobre la planicie africana, diminutos puntos de diferentes colores van tomando forma bajo un cielo salpicado de finas nubes. Ve a la famélica mula trastabillar con las piedras que plagan el camino, y el carro que los transporta, repleto de mujeres y de niños, se tambalea. 

El campamento —delira Fernando (el cámara que lo acompaña desde hace más de diez años). La sangre que cubre parte de su barba se ha secado, pero la fiebre, presente durante las últimas horas, perla la frente de su amigo. Estudia el corte que cruza su pecho: no tiene buena pinta.

—Aguanta —susurra Javier. 

Alcanzan los primeros puestos del campamento: el caos es absoluto. Entre las estructuras improvisadas (formadas por coloridas telas suspendidas como colgajos de ramas clavadas en el suelo), grupos de niños juegan con lo que se encuentran, mientras sus madres observan con el semblante pétreo; sentadas, unas, firmes, otras. 

Un hombre (quien parece estar al mando) vestido de blanco, y con la cabeza cubierta por un taqiyah de ganchillo, informa a Javier de que allí no hay médicos. 

—Todos se han ido a Joda, al otro lado de la frontera. Esto es solo un paso fronterizo. Los que consiguen llegar a Sudán del Sur, se salvan. —Señala hacia un enorme camión de ganado, con un remolque azul atestado de gente—. Aunque nos dicen que los que cruzan no están mucho mejor.

—Somos periodistas. —Javier le muestra sus credenciales—. Estábamos cubriendo los enfrentamientos que se están produciendo cerca de la capital cuando fuimos atacados. Él es el cámara, si no lo ve pronto un médico…

—Tenéis que esperar. —Lo interrumpe el hombre encogiéndose de hombros mientras señala a un grupo inmenso de personas—. Ellos ya han negociado. Vosotros podéis subir: sois periodistas extranjeros; pero tenéis que esperar. —Javier asiente resignado mientras observa a una niña de unos seis años abanicar a Fernando con una rama—. No te encariñes, los huérfanos como ella irán los últimos —le advierte el hombre, y desaparece entre el gentío.

La línea del horizonte ya luce dorada cuando Javier ve a la niña regresar con dos trozos de pan y un cuenco de metal oxidado lleno de agua. Le entrega el pan y señala a Fernando, quien respira con mucha dificultad. Llevan días sin comer, pero Javier toma ambos trozos y se los devuelve (algo le dice que ella los va a necesitar más). Entonces le ofrece el cuenco con el agua. Javier lo toma y humedece los labios de su amigo. La niña, satisfecha, desaparece.

Al cabo de un rato, comienza a levantarse un extraño revuelo. Fernando duerme, pero su respiración es cada vez más irregular. 

—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Rápido! ¡Vuestro camión ha llegado! —ordena el hombre con quien había estado hablando Javier. Entre los dos levantan a Fernando: está inconsciente.

—Pero… —Javier se interrumpe mientras observa una inmensa polvareda que crece en dirección al campamento—, ¿qué es aquello?

—¡Adelante! ¡Sigue caminando! ¡Es la guerrilla!

Dos hombres colocan a Fernando en un lateral del camión. Cuando el reportero se dispone a subir, algo tira de él hacia atrás. Se da la vuelta: es la niña que los había ayudado. Sin pensarlo, alarga la mano, toma su brazo, y ella se aferra con todas sus fuerzas.

—¡No! ¡Está completo! —vocifera el otro, mientras se la arranca de los brazos y la arroja al suelo entre lágrimas de desesperación. 

—¡Déjala! —grita Javier, pero es incapaz de oponerse a la fuerza de la gente que, asustada por los primeros disparos que comienzan a oírse, suben en tropel al remolque.

El camión se pone en marcha. Javier trata de proteger a Fernando de los vaivenes, sin poder apartar de su mente el brillo desesperado de los ojos de la niña. Entonces se da cuenta de que no respira: todavía está caliente, pero su amigo ya no respira. 

Solo el rugido del motor interrumpe el silencio. No puede ver el exterior. Un giro brusco hace que varias personas se desplacen contra uno de los laterales del remolque dejando un pequeño espacio libre. Javier contempla el vacío: un hueco reducido, muy similar al tamaño de una niña de unos seis años.