El arquitecto del vacío
Andrés García
¡Hágase el entendimiento!
En el principio, solo existía la nada. Un vacío oscuro y profundo, un lienzo virgen aguardando el primer trazo irisado de un creador que aún no sabía de su poder para concebir. Así surgió el Arquitecto del Universo, asomándose de la nada con una chispa de conciencia y un deseo inexplicable de llenar ese vacío.
El tiempo era un concepto desconocido. Comenzó a experimentar, cada intento marcado por una explosión de luz y materia, creando galaxias, estrellas y planetas. Sin embargo, cada creación estaba plagada de imperfecciones. Las estrellas estallaban demasiado pronto; los planetas se desviaban de sus órbitas, colisionaban. Con cada fracaso, el Universo se desvanecía en la oscuridad, obligándolo a comenzar de nuevo.
Cada ciclo era un eco del anterior, cada nueva creación una sombra de su predecesora. Él sentía el peso del tiempo ignoto, una repetición constante que lo desgastaba y lo desafiaba a seguir intentándolo.
Finalmente, creó una esfera de colores azules y verdes que giraba armoniosamente alrededor de un sol joven. Instintivamente, sabía que esta vez algo era diferente. En este planeta, sembró la vida: primero plantas, luego animales, y al fin, seres que caminaban erguidos, con ojos que reflejaban la luz de las estrellas y un alma capaz de maravillarse y destruir a partes iguales.
Pero incluso entonces, la imperfección era evidente. Los humanos, su creación más compleja, luchaban entre sí, destruían el jardín que les había sido dado, ignoraban la armonía que él había intentado programar en el tejido de su existencia. Cada ciclo de destrucción y renacimiento en la Tierra era un reflejo del ciclo más grande que él mismo perpetuaba.
Exhausto por los ciclos interminables y sus resultados imperfectos, el creador se retiró a la vastedad del no-tiempo en un exilio autoimpuesto. En este lugar más allá de la materialidad, la inconsciencia te atrapa sin importar quien seas. En este vacío infinito él se encontraba solo, rodeado por la ausencia total de luz siendo un reflejo de su desesperanza y fracaso.
En este abismo, la repetición constante de creación y destrucción no sólo lo había agotado, sino que también había envenenado su espíritu con un pesimismo que oscurecía cada chispa de creatividad. La eternidad, que una vez le pareció un lienzo lleno de posibilidades, ahora se revelaba como una prisión interminable, un recordatorio constante de sus limitaciones y soledad.
Desde las profundidades de este retiro, comenzó a cuestionar el propósito de su existencia. ¿Qué significaba ser un hacedor cuando cada creación estaba destinada a la imperfección? Ahora, como una sombra en el reino del no-tiempo, el creador se enfrentaba a la posibilidad de que su legado fuera nada más que un ciclo interminable de fallas.
En un último acto, se autoimpuso un castigo severo: obligarse a crear un universo cualquiera, uno sin el intento de alcanzar lo perfecto. Esto era una penitencia por su falta de imaginación. No podía permitirse pasar a la historia de los eternos como un dios fallido. Así, en un último esfuerzo, el creador comenzó sin guía ni intención, soltando las riendas de su flujo vital, observando desde la sombra el despliegue de un cosmos ordinario, uno que existía sin su intervención directa.
Este acto lo marcó, aceptó su lugar no como un dios, sino como un observador del flujo natural del orden y el caos. La materia oscura, que permeaba los rincones más lejanos, era el reflejo de su propia ignorancia, una sombra eterna de todo lo que no comprendía. El tamaño infinito del universo, reflejaba su ego desmedido, una expresión sin límites que ocultaba su vacío interno. Y su máxima creación, hecha a su imagen y semejanza, era un cúmulo de errores y contradicciones, cada ser humano un espejo de su creador: complejo, fallido e imperfecto.
Sin embargo, en lo más profundo del no-tiempo, el misterio le fue revelado. No era el único creador; por encima de él existía otro, un ser que lo había concebido a él y a todo su universo como parte de un ciclo aún más amplio. Y por encima de este segundo dios, había un tercero, y así infinitamente, cada uno creado por el anterior. Este descubrimiento le ofreció consuelo: no estaba solo, era parte de un eco temporal.