Deconstrucción
Gilberto Naranjo
«¡Maldito reloj! Debe estar embrujado». Hace un rato, lo miré y marcaba las tres, me concentré para procurar dormir un poco más. Ahora, como mi mente no ha dejado de batallar y me impide seguir en esta postura, lo vuelvo a mirar. «¡Marca las dos y media! ¿Cómo es esto posible?». Si no fuera tan racional, podría imaginar que el tiempo ha caminado hacia atrás, ¡total!, puedo permitirme esta licencia dentro de la esfera de lo onírico. Pero ¡no! Mi razonamiento me lleva a posibilidades más palpables: «¿se le habrán agotado las pilas?». Me resisto a creer que he mirado mal, que me he equivocado, o que el sueño me ha provocado una ilusión en el inconsciente. El caso es que aquí estoy de nuevo: las dos y media y ya en pie, con media noche aún por delante. Mañana, mejor dicho, hoy, había previsto salir a pasear, aprovechando que es sábado, pero, «¡con este panorama…!»
Mientras intento recordar las vagas nebulosas de la somnolencia, me observo. Mi mente ha volado y ahora hace que me mire con alegría. Me siento rejuvenecido. No sé, más flexible… El optimismo me domina. Trabajo hasta el amanecer con ritmo creciente, me enfado cuando el sol invade mi mirada a través de los cristales de la ventana. Escucho su despertar y me asaltan ideas traviesas, con simpática picardía. No me paro a valorar y la espero escondido detrás de la puerta, asomando mis ojos tiernos, para que ella los descubra. Sonríe complacida. —¡Tengo que prepararme para ir a trabajar! —Dice bajando la barbilla con grata sorpresa.
Después decido ir a caminar, animado por el calor de la mañana. A medida que avanzo, me pongo a trotar, mientras noto que la sangre fluye por mis piernas renovando, oxigenando, mi musculatura. Corro diez kilómetros, como en mis mejores momentos, cuando entrenaba.
2
En mi cumpleaños noto los cambios. Mientras los demás envejecen guiados por el inexorable avanzar del tiempo, yo me encuentro pletórico. La vida me lleva a frecuentar ambientes juveniles. Me estoy acostumbrando a mi “devolución”. La aprovecho satisfecho, sin pararme a pensar.
Pero cada vez soy menos adulto. Recapacito teniendo en cuenta mi dilatada experiencia. No veo las cosas como las personas de mi nuevo círculo: jovenzuelos imberbes con la vida por delante.
Mi familia y mis amigos se están haciendo muy mayores, mientras yo me lanzo hacia la preadolescencia. Ahora debo irme; nuestras discrepancias son insalvables. Cojo mi maleta y salgo.
Me propongo cruzar el país en tren. Me siento en el coche-cama y me analizo: el proceso de rejuvenecer se está acelerando. Es cada vez más rápido, noto como voy menguando y me detengo: «¿El tiempo está caminando hacia atrás?, ¿o estoy sufriendo un fenómeno de evolución inverso, en el que, mientras todos siguen su curso natural, yo voy en dirección contraria?». Mis ideas son cada vez más simples, siento que avanzo… ¡al revés!. Mi voz va perdiendo gravedad. Las enrevesadas disquisiciones de mi mente van dejando paso a estructuras más elementales. Con palabras más limpias e ideas más claras. Los anhelos profundos, que en el pasado (¿o futuro?) me asaltaban, se sustituyen por necesidades básicas: beber, comer, dormir, hacer pipí, …
Debo andar con cuidado en las estaciones, durante los transbordos. Mucha gente se pregunta qué hace un niño pequeño viajando solo. Me echo a correr sin mirar a nadie y salto cuando comienza la marcha.
3
Ahora ya me cuesta deletrear, sé lo que quiero decir, pero no me acuerdo como se pronuncia, balbuceo con vocablos sueltos y se me cae la baba.
Consigo subirme a la butaca del último vagón, y caigo profundamente dormido al instante. Sueño con papá, con tata, con: «bu, búú…; ah, joooo…» Ya no hay palabras, sólo ideas livianas.
Todo es orgánico, puro. La ternura es un pensamiento plano, como la armonía. Como el sabor suave de la leche tibia… Destellos de luz amarilla. Rumor de voz apagada, tras la membrana…
Suena el silbato, agudo, intermitente, creciente… Me asusto y berreo abriendo la boca. Oigo su dulce voz consolándome:
—Son las 07:00, hora de levantarse.
—Sí, pero hoy es sábado, no hay que currar. —Digo, después de algunos minutos…, durante los que lucho por ordenar mi consciencia.
—¡No…!, ¡si aún es jueves! ¡Anda, no te hagas el remolón!