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Darío Jaramillo

Cuestión de perspectiva

––David ya no estoy seguro de esto ¿y si mejor la dejamos ir? qué pasa si alguien nos vio meterla aquí –– dijo suplicando Saúl mientras los gritos de Vania se estrellaban contra la cinta aislante que le cubría los labios.

 

––Nadie va a hablar, tú sabes que una vez que esta vecindad te traga no hay nada qué hacer y tenemos una misión que cumplir–– contestó David mientras calentaba la navaja, el reflejo del fuego bailaba en sus ojos. 

 

Ya que el metal estuvo ardiendo lo enterró con furia en uno de los muslos de la adolescente, cuidando de no tocar alguna arteria importante. El músculo se desgarró y la sangre comenzó a brotar, casi tan rápido como las lágrimas en sus ojos. 

 

––Llora ahora todo lo que puedas, porque cuando te saque los ojos no habrá manera, así que más vale que aproveches, hija de puta –– espetó David.

 

El olor a sangre resultó ser demasiado para Saúl, el estómago se le revolvió tenía que salir de ahí, así que subió corriendo las escaleras del sótano y se encontró con Copito de Nieve, que lo miraba fijamente sentado frente a su plato de comida, vacío.

 

––Copito, perdóname ya sé que tienes hambre, déjame calentarte tu pollo–– dijo Saúl al animal que lo observaba con paciencia, de alguna manera su presencia lo calmó.

 

Sacó del refrigerador un par de contenedores y los metió al microondas. Pollo con arroz, el favorito del gato. Los ronroneos de Copito siempre hacían sentir mejor a Saúl y se concentraba en ellos para tratar de olvidar los gemidos de dolor que provenían del sótano.

 

Al cabo de un rato, David apareció en la cocina, recién bañado y con una sonrisa se agachó para acariciar a Copito, quien se frotaba amigablemente contra sus piernas en zigzag.  

 

––Baja a curarle la herida a esa puta, no quiero que se le infecte y corra con suerte de morirse antes de tiempo–– instruyó David a su hermano, quien acató la orden sin protestar, de ningún modo quería cargar con la muerte de una persona.

 

La chica se revolvió en la silla, mientras Saúl aplicaba el antiséptico y cuando intentó darle antibiótico, se lo escupió. El menor de los gemelos se limpió la cara con paciencia y volvió a intentarlo, esta vez se llevó una mordida al meterle la mano en la boca para depositar la pastilla en la garganta. 

 

––Trata de estar tranquila, esto pasará pronto–– le dijo mirándola con desprecio. Le volvió a cubrir la boca con la cinta de aislar y subió a su cuarto. 

 

El plan había salido a la perfección hasta el momento. Saúl había ideado perfectamente el secuestro, la logística y planeación eran su especialidad. Se había hecho pasar por un adolescente en Instagram y había citado a Vania en una plaza comercial, de donde la raptaron sin problema.  Ahora sólo faltaba la parte final, la más complicada para Saúl pero la más sencilla para David, el más arrojado y emotivo de los dos.

 

Tras una semana de cautiverio, David bajó al sótano, la jeringa que sostenía contenía un poderoso sedante. Su plan inicial era enterrarla viva, pero Saúl lo había disuadido, iba a ser demasiado problema transportarla a un paraje solitario, cavar y enterrarla, había mucho margen de error.

 

––Creo que será peor castigo vivir así. Probablemente ella misma querrá quitarse la vida después de esto–– dijo Saúl mientras David la inyectaba. 

 

Vania perdió el conocimiento en un par de minutos. Los hermanos la subieron a su camioneta y emprendieron el viaje que daría por concluida la misión.     

 

Durante unos días no hubo noticias, hasta aquel martes por la noche. En el noticiero de las 10, se daba el anuncio.

 

“¿Recuerda usted querido televidente a Vania N, la adolescente buscada por la policía luego de que subiera un video despellejando vivo a un gato negro que pidió en adopción? Pues ha sido localizada y aunque está con vida, fuentes extraoficiales afirman que le faltan los ojos y la lengua. Quédese le tendremos más detalles después del corte.”

 

Saúl miró con una sonrisa a su hermano, apagó el aparato y se acurrucó, arropado con los ronroneos de Copito a su lado, quien dormía plácido y seguro en su mantita de felpa favorita.

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