Cubo de colores
Roy Carvajal
Caí del cielo. El césped continuaba húmedo por el rocío de la mañana y aquel pequeñín solitario se columpiaba al fondo del parque. Un reflejo del sol bordeó una de mis aristas y la hizo resplandecer.
El niño se acercó. Me recogió con cuidado mientras sus compañeros jugaban, pero entonces una pelota de fútbol le atinó con fuerza en su pómulo y caímos en la hierba. Los niños se acercaron curiosos. El más grande me levantó y comenzó a dar vueltas a mi mecanismo. A cada giro, cambiaba la combinación de los bloques de colores que conforman mis caras, no tenía idea con lo que estaba tratando. El pequeño se puso de pie y lo desafió, pero este lo empujó con su mano regordeta y luego le dio un puñetazo en el ojo. El niño se puso rojo de ira y le propinó una patada en los testículos. Restregó la mano en su ojo amoratado y me arrebató de las manos del grandulón. Emprendió la huida hacia a su casa dejando atrás las risotadas burlonas.
Se encerró en su casa durante dos semanas. Su madre nunca estaba. Trabajaba día y noche, y cuando llegaba, si es que llegaba, venía ebria y con algún señor desconocido que la acompañaba hasta el día siguiente. Temía que sus compañeros fueran a apedrear su casa y quitarle el cubo. Con tal de evitar preguntas, no volvió a la escuela. Cerró las cortinas y convirtió su habitación en un búnker sombrío.
Conforme giraba las aristas, me recargaba con su energía. Iones positivos. Mi nuevo dueño me simpatizó. En épocas pasadas tuve dueños engreídos que hicieron un circo de mis habilidades. Las longitudes de onda que se refractan en mis caras siempre fascinaron a los humanos. Les llaman “colores”. Copiaron mis cubos usando moldes y luego escribieron los algoritmos de mi enigma para enriquecerse. Me apodaron “Rubik”. Pero esas réplicas burdas no tenían poderes. Los humanos solo conocen la tercera dimensión del Universo, al menos les dejé un legado para que ejerciten sus cerebros primitivos.
En otros planetas, los más ambiciosos deseaban volver al pasado para conquistar mundos subdesarrollados. Quienquiera que arme por completo mis seis caras, tiene el derecho de viajar a otras dimensiones del espacio-tiempo. Lo único que no puedo hacer es regresarlos a su lugar de origen. Algunos quedaron atrapados en la prehistoria y otros fueron arrastrados por la gravedad. Cadáveres como lunas, en órbita sobre planetas congelados. Recuerdo a uno que se calcinó en un segundo, al emerger su cuerpo en el centro de una enana roja. Una vez armadas mis caras, debí teleportarlos a un mundo paralelo, siguiendo los algoritmos que utilizaron para resolver mi enigma. Una vez ubicados en su destino, coordenadas aleatorias desordenan mis colores para hacerme desaparecer y luego reaparecer en algún otro lugar habitado del Universo.
Cuando armó la cara roja, se encendieron mis circuitos luminosos. Se echó hacia atrás y me soltó en su cama. Quedó maravillado percibiendo los entramados infrarrojos. Entró en confianza y comenzó a formular combinaciones. Armó otra cara y su habitación se decoró con el espectro luminoso de los azules. Cuadrículas resplandecientes desde el índigo hasta el ultravioleta. Esta vez asomó su risa inocente. Así pasó los días entretenido, armando las otras caras. Un deleite psicodélico en sus retinas.
Una de tantas noches, las piedras se escucharon en el techo y quebraron cristales. Niños rufianes, riendo e insultando a su compañerito aislado. Ruidos de tacones en la escalinata del apartamento. Su madre llegó eufórica. Les gritó vociferando improperios. No tiraron más piedras. Reventó la botella en el pasillo y los niños salieron despavoridos al ver semejante bestia alcoholizada. Gritó a su hijo golpeando la puerta con furia.
Cara frontal. Nivel superior. Nivel inferior. Cara derecha. Cara izquierda. Noventa grados en dirección a las manecillas del reloj. Si el Universo es un puzzle, todas las piezas deben encajar, solo hay que encontrar la posición exacta. El niño giró el último bloque y la habitación se iluminó de refracciones multicolores. El algoritmo lo teleportó a la cuarta dimensión y yo me desarmé en el firmamento para encontrar un nuevo viajante entre las estrellas.