Crucita

Thelma Moore

Mi esposo Carlos y yo habíamos recorrido esa carretera muchas veces durante los últimos cinco años. Desde el Estado de México hasta Reynosa, Tamaulipas y luego cruzado la frontera para llegar a Mc Allen, Texas.  Todas estas ocasiones, íbamos con el afán de aprovechar a estar con mamá y divertirnos, ir de compras, a restaurantes, a caminar al parque…

Pero esta vez era diferente.  Las doce horas de camino fueron el lugar donde evoqué muchos recuerdos de mi vida en la familia y el papel preponderante que jugó mi madre. Mis sentimientos eran de desconcierto y aprehensión.  Traía clavado en el inconsciente la posibilidad de un desenlace terminal.

Cuando pienso en ella, siempre acude a mi mente que detestaba su nombre; la registraron como Cruz, así, a secas.  Cuando conocía a alguien, le solicitaba: “Dígame Crucita, por favor”.

No fue una madre cariñosa, pero nos cuidó y nos defendió siempre.  Tal vez porque ella no conoció a su madre y tuvo una madrastra con la que nunca se llevó bien.  La admiro sobre todo porque, con solo haber estudiado hasta cuarto de primaria, fue capaz de criar a cinco hijos en una época en que los papás, en su mayoría, eran solo proveedores.  Destacaba por su energía para sacar adelante a la familia  y por ser una lectora compulsiva  de libros y revistas. Eso la alimentó de ideas y pensamientos que la ayudaron en su tarea de madre, esposa, hija y amiga.

No importaba lo doloroso que fuera el tomar decisiones para salir de los problemas.  Pasó por alto el dolor de separarse de mi padre y lo impulsó a irse a Estados Unidos ante la quiebra económica de la familia.  No me puso peros cuando a los veinticuatro años dejé el hogar y me fui a trabajar a la ciudad de México cuando era un escándalo que una señorita se fuese a vivir sola y , peor aun, a una ciudad como esa…

Después de la muerte de mi padre en 1993, decidió vivir lejos de los hijos y disfrutar la vida a su manera. 

A sus 92 años, la situación cambió porque le empezaron los mareos que no le permitieron vivir sola.  Entonces, cuatro de los cinco hermanos nos turnábamos mes a mes para acompañarla.  Seguía con su optimismo nato y salió adelante de dos operaciones de corazón.  Así siguió hasta los 97.

Mi hermana, doctora, cuidadora en turno, nos había llamado por teléfono para avisarnos que mi mamá estaba mal.  De todas formas, nuestro turno empezaba el 28 de febrero.

Cuando llegamos, estaba sentada en su sillón de la sala de estar con la andadera a un lado, pues todavía se valía por ella misma.

─Mamá, ya llegamos, ¿Cómo te sientes?

─Muy bien, hija, los estaba esperando, ¿Cómo les fue de camino?

Reconocí su intento de aparentar que se sentía bien, pero la observé demacrada, más empequeñecida y encorvada.  

Nada más llegar nosotros y ella pidió ir a su recámara a descansar.  Mi hermana aprovechó el lapso para decirnos que comía muy poco y dormía más, que no la veía bien y, por tanto, había decidido retrasar su regreso a México.

Mi corazón se contrajo; mi mente no lo quería aceptar, siempre había visto a mi madre llena de energía, de proyectos, de interés por nosotros. ¿Cómo era posible esta situación de desespero?

Al otro día, Carlos y yo nos dedicamos a animarla. Platicamos en el porche de la casa, pero se quedaba dormida por lapsos.  La llama se apagaba en forma irremediable.

Al anochecer, pidió ir a su recámara.  Mi hermana, más acostumbrada a enfrentar la muerte, se sentó junto a ella y la tomó de la mano.  Yo me tuve que salir para no llorar frente a ella.  Me recompuse y al volver a entrar la oí decir:

─Hija, creo que esta noche me voy a morir.

Fingí no haber oído; me acerqué a ella, le acaricié  el cabello y le dije:

─Encomiéndate a Dios, mamá.  

Ella asintió con la cabeza.

Cada vez que me acuerdo de esto, me arrepiento de no haberle pedido su bendición, de no haberle agradecido todas las horas de su vida que le dedicó a la mía, de decirle que me iba a dejar un gran vacío porque me había acompañado durante 74 años de mi vida.

Esa noche estuvimos dando rondas para vigilarla.  A las cinco y media de la mañana del día de mi cumpleaños, primero de marzo, mi mamá abandonó este mundo.