Osbaldo Contreras
Como al aterrizar
La madre de Daniel llegó a la Primaria. Caminó hasta la Dirección, para escuchar, apenada, los detalles de la última travesura de su hijo. No se trataba de la primera vez. Intentó recordar la cantidad de veces que se había presentado por motivos similares, y no supo si eran siete, ocho o más. Cuando pasó junto a Daniel, que se encontraba sentado en la única silla del corredor, lo ignoró. «¿Qué hice para merecer todo esto?», se preguntó a sí misma.»
Después de haber visto pasar a su madre y entrado a la Dirección, Daniel se bajó de la silla para sentarse en el piso, justo fuera de la oficina de la directora. Mientras las señoras hablaban sobre él y su comportamiento, sacó un compás de la mochila. Con la punta se puso a grabar una línea en uno de los lados del marco de la puerta; lo hizo por arriba de otras seis que ya se encontraban ahí. Al terminar, regresó a la silla.
—Muchas gracias, directora —comentó la mamá de Daniel al salir de la oficina—. Le doy mi palabra de que de inmediato pondré en práctica los consejos que me ha dado. Le aseguro que esta será la última vez que coincidiremos por situaciones tan desagradables. Excelente tarde. —Giró para tomar el pasillo y llegar hasta Daniel—. ¡Dany, es hora de irnos! Despídete.
—Adiós, Mis —dijo cabizbajo.
—Hasta luego, Daniel, ya pórtate bien, por favor.
—Apúrate, amor. Tenemos muchas cosas por hacer.
Daniel estaba sorprendido. Ella no actuaba como de costumbre. No lo había regañado, ni tampoco hablaba con gritos o groserías. «Algo no está bien», pensó.
—Debemos hacer unas compras.
—Mami, ¡¿estoy castigado?!
—¡No! ¡Claro que no! Hablar con tu nueva directora me sirvió mucho. Descubrimos que los castigos no están funcionando. Por eso debemos tomar otro camino. —Sonrió.
—Pero… rompí un vidrio de la cafetería.
—Lo sé. Ya pondrán otro.
—Mamá, ¿podríamos comer una hamburguesa?
—¡Vemos, Dany!
—¿No te recuerdas en cuál salía el juguete de Iron Man? Ese quiero.
—Deja checo.
***
—Iremos con un taxidermista.
—¡¿Taxi qué?! —gritó Daniel.
—Ta-xi-der-mis-ta. ¿No sabes lo qué es?
—¡Son los que traen los taxis!
—No. —Soltó una carcajada—. Disecan animales. ¿Te acuerdas del gato de tu tía? Pues, cuando murió, un taxidermista lo dejó sentado, como si siguiera con vida.
—Me da miedo.
—Espero te guste el taller al que iremos.
***
Tenía todo tipo de animales y algunas criaturas extrañas. Daniel se maravilló observándolas. Había cuervos en diversas posiciones, perros, gatos, e incluso ratones; algunos de forma individual y otros en grupo, persiguiéndose. También encontró un enano; le pareció como un hobitt o como un gnomo. Quedó sorprendido con un unicornio y con un dragón; esos estaban en una sala más grande, ambientados en un bosque fantástico. El taxidermista los atendió.
—Hola, usted, viene recomendada por la directora de la primaria, ¿verdad? —Le extendió la mano para saludar.
—Así es, señor. —Le dio un fuerte apretón de mano.
—Y, entonces, ¿tú debes ser, Daniel? —Se acercó al niño.
—¡Vámonos, mami, el señor me da miedo! —Daniel se escondió detrás de ella.
—Sí, señor. Él es mi hijo Daniel. ¿Cree que lo pueda rellenar con una bolsa grande de aserrín o necesita más?
—Es una lástima que se porte tan mal; parece un jovencito agradable… —Sonrió el taxidermista—. Se ve delgadito; con una bolsa de aserrín será más que suficiente. ¿Trajo el resistol para pegarle los ojos y los labios?
—Sí, todo está en la camioneta. —Jaló a Daniel—. Voy a por las cosas, amor. Ve diciéndole al señor en qué pose te gustaría que te dejara. ¿Qué te parece como Iron Man cuando aterriza?
—¡No! ¡No, mami! —gritó asustado—. ¡No me dejes con él!
—Tranquilo, Daniel —comentó el taxidermista—. Mejor muéstrame esa pose que dijo tu madre. ¿Te molesta si te cambio el uniforme?
—¡Mami! ¡No, mami! —La abrazó de las piernas—. ¡Vámonos a casa! ¡Ya me voy a portar bien, mami! ¡No dejes que me mate!
—¡No, amor! —Se agachó para verlo de frente—. Mejor que te diseque, así ya no te regañaré por portarte mal. Espérame; voy a por las cosas a la camioneta. No tardo.
—¡Nooooooooo!