Adiós querido diario
Silvina Brizuela
Domingo 22 de febrero de 2015
Querido Diario:
Hoy es mi cumpleaños número sesenta y ocho y, aunque todavía te quedan varias páginas blancas por escribir, acá nos despedimos, querido compañero de vida. No volveré a contarte más de mí, ya no volveré a abrir con ansiedad tus tapas duras, ni voltearé tus finas hojas con bordes de plata. A partir de ahora, sigo solo hasta mi último aliento.
Quisiera tener mejores palabras para despedirme pero, entre la emoción y la culpa, no las estoy encontrando. Espero que sepas entender. No es fácil esta decisión. ¿Te acuerdas de cuando comencé a escribirte? Era un pibe joven y lleno de ilusiones. En tus primeras páginas anoté una lista larga de sueños por cumplir, con metas a corto y mediano plazo, incluso con fechas de caducidad: tener hijos, formar una familia, trabajar en algo que me apasione, vivir en el campo, vacacionar en la playa, tener perros y un limonero en el fondo de mi casa. Era un plan diseñado al dedillo. A medida que pasaran los años, tacharía los que iba alcanzando. La verdad que no taché muchos; fracasé.
Uno de los pocos sueños que sí cumplí (y taché de mi lista) fue encontrar a mi padre. ¿Sí te acuerdas, verdad? Tras años de búsqueda, de consultar a parientes, de seguir pistas a veces equivocadas, a mis veintidós años lo encontré. Me acompañaste a visitarlo donde vivía, en el sur. Con mis ahorros compré un boleto en micro y viajé día y medio a través de la pampa húmeda, luego la Patagonia desolada y agreste, surcada por la interminable Ruta 40. A los dos días te subí otra vez al micro para regresar a casa con el corazón destruido, la angustia de saberme no querido, el insoportable vacío en el alma. Esa fue mi primera desilusión.
Nunca formé familia: me aterraba la idea del compromiso, la convivencia… Tuve hijos, dos, de distintas madres. No los vi crecer, no los cuidé cuando tenían fiebre, no les enseñé a manejar. Hijos que apenas saben de mi existencia. Fui honesto conmigo mismo y no taché esa línea de la lista.
Mi trabajo apesta. Estudié lo que quise, pero no se parece en nada a lo que soñaba. Un ingeniero que dibuja planos en una oficina sin ventanas de dos metros cuadrados no era lo que tenía en mente cuando empecé a estudiar la carrera. Sabes bien a lo que me refiero, pues siempre te conté todo en detalle, mi fiel compañero.
En los últimos años, me hice adicto a la pornografía, al alcohol, a los prostíbulos. Me perdí en excesos, tratando de acallar el dolor de mis días sin sentido. Intentos inútiles que me llevaron a la depresión.
También había planeado que escribiría en ti por cincuenta años, plazo que se cumple hoy. Así que aquí me despido. Gracias por acompañarme, por compartir mis amaneceres y mis ocasos, mis escasos éxitos y tantos fracasos. Los amores permitidos y también los prohibidos. Mis vicios, mis angustias.
Hasta acá hemos llegado, querido amigo. En minutos más me iré yo también de esta vida. No tiene sentido seguir así. No habrá nadie que llore ni lamente mi ausencia. Nadie extraña a quien nunca ha existido. Por las dudas, te dejo en el cajón de siempre. Tal vez algún hijo mío, un día, quiera saber de mí. Entonces estarás tú como mi representante.
Adiós y gracias, mi querido diario.
J.R.