A un paso de la extinción
Osbaldo Contreras
Jonsu y Lúa vivían en una comunidad de colonos. Formaban parte de un grupo de supervivientes de un largo y peligroso viaje por el espacio. Habían estado a la deriva durante miles de millones de años, surcando grandes distancias, no solo entre sistemas solares, sino también a través de galaxias. Comenzaron la odisea siendo pequeños organismos inactivos. Adheridos por casualidad a un asteroide o cometa, fueron transportados hasta colisionar en un entorno favorable para el desarrollo. El impacto violento y calor generado sobre la superficie los activó en el nuevo hábitat. Y despertaron.
Tras un extenso periodo, lograron desarrollarse y evolucionar. Entonces, el lugar ya no les pareció tan hostil. Se asentaron en una enorme depresión del terreno, la cual tenía riscos elevados que los protegerían de los rayos del Sol. Construyeron viviendas, medios de transporte, pasatiempos, y hasta una escuela. Disfrutaron de la buena vida por muchos años.
Jonsu resultó ser un excelente inventor. Aportó muchas herramientas, máquinas y cosas a la comunidad; sin embargo, cuando tuvo listo el primer telescopio primitivo, decidió regalárselo a Lúa, porque era una apasionada de la exploración del espacio. Días después llegó muy emocionada hasta donde se encontraba él.
—¡Amor! ¡Ven, debes acompañarme de inmediato! Descubrí algo que parece importante. —Lo jalaba de la cresta con desesperación.
—¡Lúa, suéltame! Me arrancarás la cabeza —la encaró molesto—. ¡¿Qué ocurre?!
—Necesito que lo veas por ti mismo, así que apúrate. Deja lo que estás haciendo.
Él levantó un par de apéndices para pasarlos por la nuca y cruzó los otros dos por detrás de la espalda. Le lanzó una mirada incrédula.
—¡Ya, es en serio! Descubrí con el telescopio un objeto brillante en el espacio y no parece ser una roca. —Sonrió esperando una reacción en él.
—Está bien, amor. Te sigo.
Al llegar al patio de la casa, ella señaló el telescopio.
—Observa a través de él, velo tú mismo.
Jonsu se agachó para asomarse y dijo:
—Estoy seguro de que debe ser otro meteoro, ¿cuántos has encontrado? ¿cien, doscientos? Dime, porque ya perdí la cuenta.
—Fíjate bien —le pidió Lúa—. Tiene un brillo…
—¡Metálico! —gritó él—. Debe ser una nave espacial… —murmuró sorprendido.
—¿Crees que esté tripulada?
—Podría ser…
—La he vigilado durante varias horas. Me parece que viene directo a nosotros, porque no ha cambiado de dirección; además, aumenta de tamaño —comentó Lúa, quien agitaba los apéndices frente a él y saltaba como si estuviera danzando.
—Debemos contarles a los demás; reunamos a la colonia —sugirió Jonsu.
Luego de haberles contado del descubrimiento y de haber debatido por un par de horas sobre lo que había que hacer, acordaron mostrarse hospitalarios. Deseaban tener un buen primer contacto con seres de otra civilización.
Escribieron mensajes de bienvenida en cartulinas y pancartas; prepararon el lugar en donde recibirían a los visitantes y continuaron con los preparativos para el encuentro. Lúa y Jonsu regresaron al telescopio.
—¿Cómo te los imaginas? Me refiero a su cuerpo, ¿piensas que tendrán tentáculos hábiles como los nuestros? ¿Utilizarán algún lenguaje?
—No tengo idea, Lúa, pues nunca he visto a nadie que no sea de la colonia.
—¿Puedes creerlo, amor? Estamos a punto de demostrar que no estamos solos en el Universo. —Daba vueltas emocionada.
—Haz hecho un gran descubrimiento, Lúa. Estoy muy orgulloso. Gracias a ti, no seremos tomados por sorpresa. Sabrán que estábamos preparados para su llegada.
—Gracias, Jonsu —lo abrazó.
—Lástima que la mala calidad del telescopio no permita mejores cálculos —comentó triste él.
La nave fue visible antes de posarse sobre ellos y oscurecer el cielo. Los colonos estaban atónitos: era más grande de lo que habían imaginado. Debería transportar a millones dentro. «No alcanzará la comida que preparamos», murmuró la mamá de Lúa.
Un gigantesco soporte se posaba a poca distancia de ellos; los hizo correr asustados. De pronto un estruendo los aturdió y una luz, como un sol, los iluminó. Descendía una forma extraña, monstruosa, de miles de veces su estatura. Su descomunal apéndice bajó directo a ellos. Cayendo sobre la colonia, aplastándola por completo. Hubo un silencio sepulcral; luego una voz dijo: «Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad».