Un desconocido me invitó a su casa
Iñaki Rangil
Iba desorientada por la vida, no llevaba ni rumbo, ni destino. Desde hacía tiempo vagaba por los caminos tomando la existencia como único resorte que me impulsaba a continuar. De carambola en carambola, según me fuese marcando la expectativa del momento. Las circunstancias, el destino, o lo que pensemos que pueda ser, me hicieron aposentarme en una ciudad cuyo nombre no me decía nada, tal vez a sus moradores sí. Cierto que la suerte me cambió desde el primer momento. Un individuo me sacó algo de comer en un plato, a la vez que me ponía otro recipiente con bebida. Debió ser muy evidente que lo necesitaba porque no tuve necesidad de pedirlo. No me reclamó ninguna contraprestación, solo se fue satisfecho como el que hace una buena obra. La humanidad estará salvada mientras existan seres con tal generosidad.
Satisfecha, mis pasos continúan avanzando sin dirección, el azar será quien marque mi destino. Entre mis pensamientos hay unos cuantos que se reiteran desde hace tiempo. Por un lado, ese desarraigo que padezco me pesa cada vez más, pero todavía no he sabido quedarme en un lugar el tiempo necesario para que pueda echar raíces. Tal vez sea consecuencia de las numerosas adopciones que he padecido, Sí, así lo he percibido, nunca he llegado a notar mi pertenencia a ningún lugar, ni a ninguna persona, me he sentido utilizada y abandonada demasiadas veces. Tal como he comenzado aquí, quizá se me abra la esperanza.
Alguien me ha estado observando, me doy cuenta en la distancia, lleva rato siendo testigo de mis pasos dando tumbos en mis indecisiones. Por fin, se acerca a mí. Ni le conozco de nada, ni él me conoce a mí. Sin embargo, su cara emana bondad, se ha apiadado de mí. Me ofrece albergue, un sitio para guarecerme, que me proteja, me mantenga seca cuando llueva, o me dé sombra, cuando apriete el sol. Siento que lo hace de todo corazón, de manera altruista. No hacen falta más palabras, le sigo, él se alegra, aunque no lo dice, se lo veo en su expresión.
—En el fondo, ambos necesitaremos de compañía, por igual. Es raro que un extraño actúe así con alguien que no conoce. Eso solo lo hacen las buenas personas —le diría de poder hacerlo.
—Se ve que llevas mucho tiempo sin asearte. Necesitas un buen baño, creo que no lo negarás, debes reconocer que la higiene es uno de los principales preceptos de la buena convivencia —escucho esas palabras provenientes de su boca.
No es que tengan un especial sentido para mí después de tanto tiempo, pero recuerdo que el agua me gustaba, por lo que no soy yo quien pondrá impedimentos. Parece dispuesto a que compartamos hogar. Me apetece probar la experiencia.
—Después degustaremos un suculento banquete, ya verás —me dice mientras me regala una caricia.
El contacto siempre ha sido de mi agrado, aunque lo acepto con algo de recelo todavía. Las muestras de cariño me recuerdan las malas experiencias durante las adopciones, casi siempre resultaban falsas. Después de aquel bagaje, tengo ganas, de verdad, que fructifique esta posible relación. Yo voy a hacer lo imposible para que funcione esta vez. Le sigo hasta el cuarto de baño. Abre los grifos para llenar la bañera y, mientras tanto, va a buscar una toalla. Para cuando viene yo ya estoy dentro del agua, sin rechistar.
Al salir, desprendo un aroma que no recordaba. Noto la piel distinta, más suave. Incluso el pelo percibo sedoso y suelto, nada apelmazado, como lo llevaba desde hace mucho.
—Mucho mejor así —me dice—, ahora voy a sacar la cena para los dos. Después a dormir, la cama es muy confortable. Eres una perrita muy formal y obediente. No parece que tengas dueño, estoy dispuesto a adoptarte. De aquí en adelante nos haremos mutua compañía, me encuentro muy solo desde que falleció mi mujer. Lo primero es ponerte un nombre. ¿Qué te parece Mati? —He tenido muchos nombres, distinto con cada familia, pero no llegué a aprender ninguno, no me dio tiempo.
Muevo la cola en respuesta. Aprovecharé esta oportunidad que me brinda el destino. La vida te debería poner muchos extraños así en el camino.