Ana Efigenia

Un barquito de palabras

Sobre un charco flota una esperanza. Un mugriento vagabundo ha hecho un barquito de papel y lo ha echado a navegar. El pobre barquito no tiene mucho recorrido y se ha hundido poco a poco, dejando entrever las palabras escritas en su cuerpo extinguido por la humedad. Se ha convertido en una nota de papel ensopada con versos pespunteados. 

Una mujer elegante y algo estirada se ha acercado al charco. Lo está mirando pensativa. Se acerca más e intenta leer las palabras que piden auxilio desde el diminuto mar dulce. Se emociona un poco, e incluso se interesa tanto, que acaba de flexionar su tronco para encorvarse hacia delante y alcanzar a leer lo escrito en el barquito hundido. Se endereza de pronto y mira al vagabundo. Él la observa atónito: no puede negar que le agrada su presencia. Comienza a sentirse inquieto e incluso avergonzado. Se encoge de tal manera que desaparece entre sus propios miembros. 

Ella titubea y camina hacia atrás, camina hacia delante y vuelve a titubear. Está claro que no sabe qué hacer. El vagabundo, apocado, arquea un brazo para poder verla a través del hueco que forma. La encuentra parada delante del charco. Luego la ve acercarse hasta donde se ha enjaulado consigo mismo. En un acto de defensa, cierra el hueco.  

Se está quitando los zapatos de aguja. Son muy altos, como ella. Se acerca hasta el ovillo de miedos y los coloca uno al lado del otro, muy cerca del hombre. A continuación, se sienta a su lado. 

—Quiero escuchar tu historia —Aarón (que así se llama el vagabundo), al escuchar el tono dulce de la mujer, levanta la cabeza. La observa de cerca. El silencio ha conquistado el espacio que los rodea y nada suena en rededor de ellos. 

Parece que el vagabundo se envalentona. Sí, sí, va a hablar.

—Es muy triste —susurra mientras la escudriña. 

—Solo quiero escucharte… —Aarón muestra su sonrisa. Tiene los dientes blancos y perfectos. 

—Hoy hice un barco de papel, y se destruyó tan rápido como mi vida. 

—Cuéntamela. Quiero escucharte. —Aarón estira las piernas y se arregla un poco el pantalón vaquero que lleva. Está completamente tupido de suciedad. Ella fija su mirada en las manos del vagabundo que a pesar de la mugre que las cubre, se ven bonitas. Aarón se percata de cómo ella lo mira y se siente intimidado, pero no se amilana. 

—Fui un valiente soñador abatido por la realidad. 

—¿Cuál es tu realidad?

—Mi realidad fue tan efímera como ese charco donde flotan las palabras…

—Justo eso es lo que ruegas con ellas, que te escuchen, por eso me he sentado a tu lado. 

Aarón se incorpora a la vez que mira de reojo a la mujer, no quiere que se vaya. Está hurgando en un montón de bolsas de plástico que tiene acumuladas a un lado de la fachada dónde está cobijado. Destapa una guitarra y la acaricia con los dedos. Ella sonríe, es la primera vez que muestra un gesto amable. Aarón se sienta de nuevo a su lado, un poco más valiente que hace unos minutos, incluso se le ve resuelto. Ella le sostiene por un brazo para ayudarle a acomodarse. Parece una mujer dulce, aunque con una coraza de hierro.

Sé qué hay en tus ojos con solo mirar
Que estás cansado de andar y de andar
Y caminar
Girando siempre en un lugar

Sé que las ventanas se pueden abrir
Cambiar el aire depende de ti
Te ayudará
Vale la pena una vez más

Saber que se puede
Querer que se pueda
Quitarse los miedos
Sacarlos afuera

Pintarse la cara
Color esperanza
Tentar al futuro
Con el corazón

Es mejor perderse que nunca embarcar
Mejor tentarse a dejar de intentar
Aunque ya ves
Que no es tan fácil empezar

Sé que lo imposible se puede lograr
Que la tristeza algún día se irá
Y así será
La vida cambia y cambiará…

Aarón siente tanta emoción que está derramando lágrimas a la vez que presiona las cuerdas de su guitarra. Ella se levanta y le ofrece su mano estilizada, él la agarra y se aferra a esta con un gesto de gratitud.

—Quiero seguir escuchándote.