Legado
Tamara Acosta
Año 2012
John miraba a su padre con los muy ojos abiertos. No reconocía al ser que tenía delante: no parecía el mismo que hacía una hora lo había recogido a la salida del colegio. El miedo se apoderaba de su pequeño cuerpo. No comprendía lo que estaba pasando. La oscuridad de la estancia donde se encontraban le proporcionaba una sensación parecida a la de estar inmerso en una pesadilla. Su hermana, tendida en el mugriento colchón con las manos atadas, lo miraba suplicante.
—No tengas miedo, hijo, no voy a dejarte solo en esto. Te enseñaré cada paso; yo lo hago primero, y tú luego haces lo mismo que yo, ¿entendido? Solo es un juego; lo pasaremos bien.
Las lágrimas comenzaban a rodar por el rostro de John mientras veía cómo su padre se acercaba a Chloe y le arrancaba el vestido de un tirón. La indefensa niña gritaba y lloraba aterrorizada. No imaginaba lo que iba a pasarle, pero adivinaba que sería algo terrible.
—Vamos, acércate; desde ahí no puedes ver lo que voy a hacerle. Tienes que aprender.
El hombre había perdido su condición de humano y se había transformado en una bestia excitada. Había esperado ese momento con ansia durante mucho tiempo: el momento en el que su hijo cumpliese los nueve años para poder seguir con la tradición familiar que su padre le había dejado en herencia. Para él también fue difícil la primera vez, pero luego le cogió el gusto. Por un momento pensó que le costaría hacérselo a su propia hija, pero pronto ese pensamiento se transformó en una satisfacción plena, y decidió que esa niña era la víctima perfecta y que seguramente repetiría con ella más de una vez.
Año 2021
Cuando Chloe ve a John esperándola en el altar, su corazón se acelera y no tiene ninguna duda de que ha tomado la decisión acertada. Lo mira a los ojos y se da cuenta del brillo que hay en estos. Es el hombre perfecto, con el que quiere compartir el resto de su vida. No importa lo que haya hecho: ella siempre lo va a querer. Pase lo que pase.
Chloe piensa que está más guapo que nunca. Su pelo negro brilla bajo los destellos del sol vespertino. Su sonrisa provoca que su alma vibre. Cuando por fin llega hasta él, John toma su mano y la besa. Percibe el calor de su amor, que puede con todo. Él también se siente enamorado: Chloe es la única que ha sabido llegar hasta él, la única que le ha despertado ese sentimiento de felicidad plena. Sabe que con ella puede ser mejor, tapar sus agujeros negros. En el ambiente se respira paz y armonía. Los novios se giran hacia el ceremoniante, dispuestos a unir sus vidas para siempre.
Después de la boda, John no puede evitar que los malos pensamientos lo acechen. Piensa que ojalá aquella noche nunca hubiese existido. Le habría gustado ser capaz de preservar la inocencia de aquella niña y no haberle robado la cordura y la libertad de un solo plumazo. Ella nunca volvió a ser la misma. Sus ojos se ensombrecieron, su rostro perdió ese brillo propio de la niñez. Esa tarde, con tan solo nueve años, Chloe tuvo que enfrentarse a un golpe tan fuerte que la sacó de la realidad y la transportó a un mundo imaginario donde poder refugiarse y soportar todo lo que sucedió, hasta que el padre de ellos murió de un infarto, siete años después, y se acabó su pesadilla. A partir de ese momento, solo tuvo que ser la cómplice de John, ayudarlo con otras chicas. Dejó de ser víctima para convertirse en verdugo. Pasó de una situación de sumisión a ser su pareja a todos los efectos. Encontraron el equilibrio, la manera de hacer su relación más normal.
Chloe también está desvelada, pensando en el día en el que su padre había muerto. Fue el mejor de su vida. Desde ese momento pudo estar con John sin que nadie se interpusiera. Tenían un plan: terminarían el instituto y, cuando cumpliesen la mayoría de edad, se mudarían a otro país donde nadie los conociese. John tenía un contacto que podía conseguirles documentación falsa y, allí donde fueran, podrían casarse y formar su propia familia sin que los juzgasen. Era todo lo que Chloe deseaba: estar con él para toda la vida. Existía ese pequeño inconveniente: las actividades que John se había negado a abandonar; pero ella lo entendía. Al fin y al cabo se habían criado los dos de esa forma y comprendía que para él era un estilo de vida y no conocía otra manera de satisfacer sus necesidades. Podía perdonárselo todo. Podía vivir con eso, soportaría cualquier cosa antes que perderlo. Su padre ya no estaba para proporcionarle las chicas a John, así que Chloe era la encargada de traerlas a casa engañándolas de todas las formas que se le ocurrían: un trabajo del instituto, unas clases de piano, etc. Ahora que ya ha llegado el momento tan esperado, que ya están casados y que se encuentran en un país extranjero, Chloe debe ingeniárselas para conocer gente nueva. No puede permitirse hacer enfadar a su hermano.
Pasan dos días desde que Chloe cuelga el anuncio solicitando una canguro y el teléfono suena. Valeria, de diecisiete años, se presenta como una chica responsable a la que le encantan los niños. Conciertan una cita ese mismo día. A Valeria enseguida le extraña la temprana edad de esos padres y que no haya ningún bebé a la vista. Se sientan en el sofá del salón y Valeria se encuentra confundida. No sabe si es por la imagen vacía de la casa o por las dos personas que tiene enfrente. Percibe algo extraño en ellos. Tarda un rato en descubrir que lo que le choca es el increíble parecido que existe entre ambos. Hay una complicidad extrema, un vínculo irrompible que se respira en el ambiente: parecen hablar mediante miradas. Valeria advierte cómo la chica pelirroja mira al chico, y este asiente. En ese momento Chloe se levanta con la excusa de ir a buscar al bebé para presentárselo a Valeria, y esta se queda a solas con el chico, que la observa fijamente con algo turbio en el rostro. El cuerpo de Valeria se pone a la defensiva: algo no va bien.
En cuestión de segundos, John se abalanza sobre la chica.
Mientras, los gritos desesperados de Valeria se escuchan en toda la casa.
Chloe sonríe desde la habitación contigua.