Le Mont Paisible
Tamara Acosta
Sé quién es en cuanto lo veo. No puede ser otro. Me acerco y su nombre en la placa me revela lo que ya sabía.
—Buenas noches, me gustaría cenar —le saludo en mi idioma.
—¡Qué agradable encontrar a una española! Los españoles nunca llegan hasta aquí —me contesta con una sonrisa espléndida—. Ven, te daré la mejor mesa.
Le sigo mientras se confirman todas mis sospechas: peculiarmente guapo, exageradamente amable. Un engatusador en toda regla. Lo sabía.
Durante le cena le sigo el rollo. Me muestro coqueta y predispuesta. Por supuesto no se separa de mi mesa con la excusa de que hay pocos huéspedes. Va vestido con su uniforme de camarero, y tengo que reconocer que le sienta fenomenal. No me extraña que ella no se resistiera a sus encantos. Me invita a una copa de vino, y de paso se sirve una para él.
—Y bien, ¿qué trae a una chica como tú, en pleno diciembre, a este pintoresco hotel en mitad de los Alpes?
—¿Una chica como yo?
—Sí, una chica joven y preciosa como tú.
Veo como ya empieza a desplegar su táctica.
—La escritura. Estoy terminando una novela y necesitaba aislarme del mundo entero. Advierto un gesto de sorpresa en su rostro.
—Pues tengo que decirte que estás en el lugar indicado. Le mont paisible es el sitio perfecto para encontrar la paz, tal y como su nombre indica.
“Encontrar la paz”; esas palabras me atraviesan y mientras las formula veo algo perturbador en su mirada. Las lágrimas amenazan con salir, así que me excuso y voy a la habitación. Asqueada y hundida, abro el diario por la primera página y releo las líneas que ya sé de memoria:
Esto es maravilloso. Mejor de lo que nunca imaginé. La inspiración
se siente en cada rincón; mi novela será todo un éxito. El aire es diferente,
más puro que cualquiera que haya respirado antes. Las inmensas montañas
son guardianas de los valles, que albergan casitas de madera sacadas de un
cuento. Solo con mirarlas siento felicidad dentro de mí. Por fin he encontrado
mi sitio. Desde el hotel las vistas son arrebatadoras. La nieve de las montañas
contrasta con el verde, dando lugar a un cuadro de gran belleza. El personal del
hotel es muy agradable. Anoche conocí a un camarero español. Se llama Iñaki.
Me da confianza tener a alguien aquí de mi mismo país. Seguro que haremos
buenas migas.
Sara.
2 de Septiembre 2020, Alpes Suizos.
Me cuesta creer que ella estuvo aquí hace justo un año, en esta misma cama. La imagino escribiendo estas palabras; feliz. Frustrada, cierro el diario de un golpe, lo dejo en la mesita y aprieto los ojos haciendo un gran esfuerzo por no gritar.
A la mañana siguiente lo veo de nuevo y aunque se me revuelve el estómago, finjo otra vez, por ella. —Buenos días, ¿cómo ha dormido la señorita?
—Perfectamente, la mejor cama que he probado —miento.
Reflexiono con el humeante café en la mano. Antes de darme tiempo a tomar una decisión, él se adelanta, despejándome el camino:
—Oye, a lo mejor te parece muy repentino, pero no tengo muchos amigos por aquí. La verdad es que me aburro bastante. A las tres acabo mi turno, ¿te gustaría ir a patinar al lago? No esperaba que fuese tan fácil. Incluso siento un poco de decepción por no ser yo quién tome la iniciativa.
—¡Me encantaría! Además, tengo coche alquilado; yo conduzco. Nos vemos a las cuatro en el aparcamiento —contesto rápido sin dejarle opción.
La confusión de su cara me satisface. Le guiño un ojo, levantándome para irme. Después de una ducha caliente vuelvo a coger el diario y voy directa a la décima página:
No puedo creer todo lo que me está pasando en este lugar. Jamás pensé
que aquí encontraría a mi alma gemela. Iñaki es todo lo que siempre he soñado.
En estos tres meses he sido más feliz que nunca. No le he hablado de él a nadie.
Me siento mal porque estoy evitando las llamadas de mi hermana, pero estamos
tan unidas que enseguida notaría que algo me está pasando y de momento,
prefiero mantener la magia de los secretos. Él también me ha pedido que seamos
discretos en el hotel. El vernos aquí a escondidas aviva más el deseo que nos tenemos.
Me ha llevado a lugares que nunca olvidaré. Hoy cuando acabe su turno iremos a
patinar al lago. Sé que será especial y romántico. La novela la tengo un poco aparcada,
pero ¿quién iba a decirme que el destino tenía otros planes para mí?
Sara.
11 de Diciembre 2020, Alpes Suizos
Una lágrima moja la última página que ella escribió. Preparo todo y espero a que llegue la hora. A las tres y media bajo y le digo a la mujer de recepción que he tenido un problema familiar y que tengo que dejar la habitación antes de lo previsto. Pago los cien francos suizos en efectivo y meto mi escaso equipaje en el maletero junto al DNI falso que nunca tendré que volver a usar. En cuanto cruce la frontera con Alemania dejaré atrás cualquier rastro que pueda situarme en Suiza.
—¿Preparada? —pregunta Iñaki abriendo la puerta del copiloto y sentándose a mi lado. —Más que preparada —respondo de forma triunfal.
Lo que pasa a continuación es justo lo que lleva un año sucediendo en mi cabeza: conduzco de forma natural, sé la ruta a la perfección. La nieve abunda, pero eso no entorpece mi camino si no que lo llena de misticidad: el final glorioso que tanto esperé. Antes de llegar a un cruce que pueda delatarme, le administro rápidamente el inyectable. Lo veo dormido y me dan ganas de golpearlo con todas mis fuerzas. Pero eso no sería suficiente castigo. Acelero, deseo llegar lo antes posible. Ya veo el cobertizo, solitario, en la ladera de la montaña. La madera es apenas visible pues el manto blanco cubre gran parte de ella. No me fue difícil dar con él cuando llegué al país; después de haberlo visto tantas veces en las noticias, pude buscar la localización y memorizarla. Lo encontré abandonado, después de aquello nadie había querido ocuparlo, cosa que me facilitó mucho el plan.
Ya hemos llegado; aparco y arrastro el cuerpo. Tengo todo lo necesario preparado. Está oscuro y mugriento. Enciendo una vela y espero a que se despierte.
Cuando esto sucede, disfruto al ver sus ojos desencajados, que me miran estupefactos suplicando clemencia.
—Escúchame bien. Jamás saldrás de aquí con vida, así que no hace falta que malgastes saliva. Sé quién eres, y tú sabes por qué estamos aquí. Puedo hacerme una idea de todo lo que le hiciste a mi hermana en este mismo lugar, la autopsia reveló muchas cosas. Pero no quiero dejarme nada, así que vas a ser tú quién me guíe, paso a paso.
—Por favor suéltame, te estas equivocando de persona, te juro que no sé de qué me hablas… Ignoro sus palabras y cojo la sierra mecánica.
—Me lo dirás por las buenas o por las malas, tú eliges. De momento intuyo que esto fue lo primero que utilizaste —pronuncio las palabras y a continuación secciono tres de sus dedos mientras sus gritos desgarradores consiguen sanar una pequeña parte de mí.