Las Lupitas

Olga Cárdenas

Rosario no hallaba en donde descargar su coraje. Repetidas veces le pidió a la directora le proporcionara material para hacer una manualidad, pero como no vio resuelta su solicitud, se vio obligada a tomar otras medidas. 

 

Casi a punto de cerrar la oficina llegó el hijo de Rosario al asilo de ancianos. Pidiéndole que fuera breve lo atendieron. El motivo de su visita era ver si su madre tenía la necesidad de algo. La supervisora le contestó muy molesta.

 

—No sé qué está sucediendo. Cada vez que su mamá hace alguna petición y le es negada, mágicamente, usted hace su aparición. No quiero ni siquiera sospechar que alguna de las cuidadoras está en contacto con usted. 

 

—Mi pregunta es simple. Únicamente necesito saber si mi madre requiere de algo, es todo.

 

—Solicitó material para elaborar una figura de papel maché. 

—¿Cuál es el impedimento para dárselo?

—Imagínese usted, si cumpliéramos los deseos de todos. Entonces no habría necesidad de reglamentos.

 

***

Era navidad, y en casa de Rosario festejaron la venida del Niño Jesús con una suculenta cena familiar. Ella disfrutaba de ese día, pero más el siguiente, que era cuando se recibían los regalos. Ante la ansiedad, los niños simulaban dormir, esperando el primer canto del gallo. 

Una algarabía se formó en la sala al desenvolver los regalos. Rosario abrió tremendos ojos al ver el de su hermana Margarita; una muñeca regordeta, de ojos vivarachos. No era posible lo que estaba sucediendo, debieron haberse equivocado, esa muñeca era su más grande ilusión. Apretó el envoltorio que tenía entre sus manos, y sin abrirlo, regresó de nuevo al cuarto de dormir.

Tenía nueve años. No entendía por qué no se hacía merecedora a una “Lupita”, la muñeca de cartón de hermoso colorido, que cada año le pedía a sus padres. Aunque había costosas muñecas de porcelana traídas de Europa, ella deseaba esa en especial.

En una ocasión sus padres la dejaron ir a casa de una tía materna a pasar las vacaciones. A Rosario le encantó. Se dio el gusto de jugar con las muñecas de sus primas, ellas si se las prestaban.   

Un domingo después de salir de la iglesia fueron a comprar verdura al mercado de San Juan de Dios. Era un lugar grandísimo con incontables puestos. No olvidaría jamás el día que descubrió la imagen más maravillosa de su vida. Llevaría por siempre su recuerdo.

En uno de los puestos había una montaña bien acomodada de innumerables “Lupitas”. Su asombro no tuvo límites, parecía como si todas la miraran. Aquellas muñecas de color de piel rosado, pintadas a mano, con el conjunto de pantalón y blusa del mismo color, adornado con flores de colores brillantes o diamantina, la trasportaron a otro mundo.

Boquiabierta quedó al ver a los artesanos fabricándolas con papel hecho masa, y la ayuda de engrudo. No perdía detalle de sus movimientos. La tía tuvo que sacudirla para sacarla de su atontamiento. 

Fue la única vez que tuvo la oportunidad de admirar su descubrimiento, porque se vio en la necesidad de regresar a su casa, pues pronto iniciarían las clases. 

Pasó el tiempo. Rosario creció, estudió, y le llegó el momento de casarse. Al convertirse en mamá se alegró del nacimiento de su primera hija, más, cuando decidió que ella si tendría su “Lupita”.

En uno de los cumpleaños de la hija propuso a su esposo la idea de regalarle una muñeca. Decididos fueron a buscarla al mercado. Pero su sorpresa fue mayor que la primera, vez en ese lugar. El famoso puesto ya no existía, para variar, tampoco se fabricaban ese tipo de muñecas. La moda eran las de tela. 

Nadie puede imaginar la decepción que sufrió. De vez en cuando una lágrima salía de sus ojos al recordar esas muñecas, hechas de papel maché, para entretenimiento de las niñas de la clase popular.

 

***

Observada por algunas internas Rosario hacía pedazos el papel, para meterlo después en una bandeja con agua.  Había decidido elaborar la muñeca de sus recuerdos. No sería fácil, pero peor, era no intentarlo. Sonreía al pensar que ahora sí, su “Lupita” cumpliría su objetivo; el hacerla feliz.