Vanessa López
La verdad os hará libres
Todos en el auditorio del “Centro de Investigación de Cosas Importantes de la Ciudad de México” estaban eufóricos. Se pusieron de pie para aplaudir al excéntrico Jairo Payasán, quien había dedicado su vida a buscar el santo grial. Las evidencias que mostró parecían ser claras, definitivas, concluyentes. Fue ovacionado durante diez minutos debido a sus declaraciones. El concejo convocó a grandes personalidades para dar la gran noticia.
La prueba reina fue un reloj antiguo encontrado en las afueras de la ciudad vieja de Jerusalén. Aunque su apariencia no permitió asociar de inmediato dicho objeto con los relojes que conocemos en la actualidad, un papiro que los arqueólogos llamaron “caelesti epiphania” lo decía claramente. O al menos eso fue lo que explicaron los eruditos grafólogos que acompañaron al Dr. Payasán en la audiencia pública.
Medios de todo el mundo acudieron al evento, ansiosos de conocer una verdad que cambiaría para siempre la historia de la humanidad. Los minutos previos estuvieron llenos de nerviosismo, todos comentaban expectantes las noticias previas que anticiparon una gran revelación.
Lo primero que hicieron fue exhibir el reloj en un estante de vidrio. En aquel habitáculo había estado conservado durante veinte largos años desde su descubrimiento para evitar la manipulación por parte de personas sin escrúpulos que quisieran robar e incluso destruir el gran hallazgo. Supe incluso de una horda de escépticos que trataron de incendiar el lugar de su custodia. Pero, para fortuna de la humanidad, los valientes científicos patrocinados por el Vaticano, evitaron la tragedia.
Y allí estaba, un objeto aparentemente hecho de arcilla, con algunas evidentes huellas de dedos que seguro fueron los que le dieron forma de plátano. Sí, el reloj parecía un plátano de barro. En los extremos, según explicaron, tenía dos orificios: uno para captar la energía del sol (el de arriba) y otro para conectarse con la tierra (el de abajo). Al pasar una rama entre las dos aberturas, el plátano, que tenía rayitas equivalentes a las horas, revelaba con gran precisión el momento del día. Pero lo más interesante de todo el asunto es que este reloj, particularmente, se había quedado con una hora congelada durante más de veinte siglos para que pudiéramos encontrar un dato tan importante para la civilización occidental.
La hora que marcaba fue la conclusión de años de análisis contando las rayitas, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, hasta que no hubo la más mínima duda: marcaba las tres y treinta en punto. El papiro, también protagonista del suceso, fue presentado en una diapositiva:
“ Un reloj, una hora, tras la roca su cuerpo y con el padre su alma”
Con esta abrumadora información, resultó obvia la referencia al hallazgo: La hora de la muerte de Jesús había sido revelada.
Obviamente el público, ante las innegables evidencias, se puso de pie a ovacionar el descubrimiento. Algunos incrédulos se miraron entre sí cuestionando la veracidad de la información, pero justo en ese momento, como mensaje divino, una luz fulminante invadió el recinto seguida de un estruendoso trueno. Una tormenta eléctrica azotó Ciudad de México durante tres horas y media causando estragos y caos en las calles. Nadie tuvo dudas, quedó a oscuras el recinto y los guardianes del reloj corrieron a ocultarlo minutos después en medio del caos. Las personas más creyentes comenzaron a rezar, algunos se arrodillaron con los brazos elevados al cielo mientras Jairo Payasán era escoltado a su carro blindado.
El mundo no sería el mismo. Los medios replicaron la noticia y pronto México fue el centro de atención. Decidieron dejar el reloj original en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Las peregrinaciones comenzaron a la semana siguiente. Fue caótico porque todos trataban de ingresar a las tres y treinta para sacar provecho de su poder milagroso. Las ventas de estampitas y souvenirs del “reloj plátano” fueron un bálsamo para la economía de la región.
En adelante, todas las iglesias del mundo instalaron réplicas del reloj en sus altares para adorar a su Salvador durante la hora exacta de su muerte, amén.