Andrés García
Invisibilidad impuesta
En el corazón palpitante de la ciudad, donde los semáforos con su luz intermitente cortan el flujo de la humanidad, me encuentro yo, una sombra entre sombras. La invisibilidad se ha adherido a mi piel, una capa tejida no de seda sino de desdén. Es una ausencia palpable, una marca de nacimiento en este mundo de prisa y ruido donde los como yo no encontramos asilo. Cada día, bajo el mismo cielo indiferente, extiendo una mano que se pierde en el vacío, un grito mudo en el caos urbano.
Esta es una invisibilidad cruel, una sentencia sin juicio. Me veo rodeado de vidas que fluyen sin tocarme, de miradas que me atraviesan sin verme. Soy menos que un fantasma; los fantasmas, dejan un eco, una perturbación. Yo, en cambio, soy la nada. Una figura borrada en el lienzo de la ciudad, un hueco donde la esperanza se ha evaporado.
El dolor de esta existencia es un compañero constante, soy una sombra que busca existir en un día sin sol. Cada vez que intento romper esta barrera invisible, me encuentro con el muro frío de la indiferencia. Las caras que pasan ante mí, encerradas en sus propias burbujas, reflejan un mundo al que no pertenezco. No hay piedad en sus ojos, sólo hay vacío ante el vacío.
En este desfile de desatención, cada día se siente como una eternidad. La desesperanza se ha enraizado en mi ser, alimentada por la repetición constante de la ignorancia. Mi soledad no es solo una condición, es mi identidad. He sido borrado, no solo de la sociedad sino de la misma esencia de la conexión humana. No hay consuelo en la introspección, solo la amarga certeza de un aislamiento perpetuo.
Las pequeñas victorias que otros encuentran en los momentos efímeros de conexión son para mí cuentos de hadas, historias de un mundo distante. En mi universo, no hay cambios de fortuna, no hay golpes de suerte. Solo está la certeza de la transparencia, un ciclo sin fin de días que se desvanecen en la noche sin nombre ni memoria.
Este relato no busca redención ni ofrece un giro esperanzador. Es el reflejo crudo de una realidad donde mi invisibilidad es una prisión sin barras, un confinamiento del alma. Mi voz, perdida en el vacío, no clama por rescate, sino que narra la desolación de ser perpetuamente pasado por alto, de existir en un limbo donde ni siquiera el dolor puede reclamar visibilidad.
En la vastedad de esta ciudad, soy una nota discordante en una sinfonía olvidada, un susurro ahogado por el estruendo de vidas que no se detienen. Mi existencia es un testimonio del abandono, una crónica de desesperanza donde el único final posible es el olvido. En la danza de sombras que es la vida, yo soy la que permanece inmóvil, congelada en un momento eterno de dolor. Y mientras mi voz se desvanece en el vacío, incluso mis palabras empiezan a perderse, fragmentarse, como si fueran absorbidas por la indiferencia que me rodea.
So o la cr d ver ad de que, e e va o esce ar d a vi , alg s per ona s necen fue sce a, no p ele n, ino u g n o a ´ e .
(Solo la cruda verdad de que, en el vasto escenario de la vida, algunos personajes permanecen fuera de escena, no por elección, sino por un guion que no les asignó líneas.)