Ella tiene un secreto

Julieta Jiménez

Despertó con el plan en la mente. Salió rápido de la cama, cogió su libretita de investigador y un lápiz de Batman; los guardó en su cangurera. 

―¡¿Ya te despertaste, Tobías?! ―le gritó desde la cocina―, dejé tu ropa en la silla.

 

Pensó que el plan iba a necesitar mucho trabajo, porque acababa de guardar la libretita y ya tendría que empezar con la primera anotación. La sacó y escribió:  “¿Cómo supo que me desperté?”. La guardó y se vistió.

 

Cuando entró a la cocina, jaló la silla y se sentó.

―Buenos días.  ¿Qué hay de desayunar?

Ella lo miró con cariño y le dio un beso en la frente.

―Preparé waffles, cariño ―contestó mientras le acercaba el plato―, come mientras termino de peinarme. ―Luego salió de la cocina con dirección a su cuarto―.  Y date prisa, que se hace tarde  ―seguía hablando y aumentando el volumen de su voz a cada paso―, ¡ya mero son las nueve! ―puntualizó casi con un grito.

 

Hizo caso y terminó su primer waffle, tan rápido que olvidó ponerle maple; por eso pensó en ponerle el doble al segundo waffle. Inclinó la botella generosamente sobre su plato, cuando ella le volvió a gritar desde su habitación:

 

―¡No le pongas demasiada miel, Tobías, ya sabes que te salen caries!

 

Puso los ojos de plato, sorprendido; se levantó de la mesa y corrió hacia la puerta de la cocina. Asomó la cabeza para ver si estaba ahí espiando. Pero no. Entonces, sacó su libretita y anotó: “¿Cómo supo lo de la miel?”.

 

Terminó el desayuno y puso los platos en el fregadero. Agarró su mochila, que estaba en la sala, y comenzó a guardar sus cosas, que estaban desparramadas por todo el suelo. Cuando terminó de guardar todo lo que estaba a la vista, se dio cuenta de que le faltaba el borrador. Lo buscó entre los sillones y por debajo. Buscó alrededor de la sala. Miró en la mesita. Pero nada.

 

―¡Mamááá! ―le gritó―, no encuentro mi borrador.

―¡¿Ya miraste entre los sillones?! ―le sugirió, también con un grito.

―Ya mamá, no hay nada.

―¡No me hagas ir a buscar! ―gritó como amenaza―, ¿qué te hago si lo encuentro?

 

Como no se iba a arriesgar, metió de nuevo las manitas entre los sillones… y lo encontró. No se lo podía creer… ya había buscado ahí, y no estaba hacía un segundo atrás. Sacó la libretita y apuntó: “¿Cómo apareció mi borrador?”.

 

Tobías sentía que iba a descifrar el enigma antes de terminar el día. Es más, ya tenía una teoría, pero quería estar seguro. En eso apareció su madre, con la típica prisa de las mañanas. La vio moverse de un lado a otro con mucha agilidad. Agarrando cosas, acomodando todo. Fue con él y le extendió la mano con un táper:

 

―Toma, mi vida, aquí está tu lunch.

 

Recibió el táper con su lunch y lo guardó en su mochila. Ella estaba haciendo tantas cosas al mismo tiempo que pensó en anotarlo en su libretita pero, obviamente, no tuvo oportunidad, porque su mamá ya estaba empujándolo fuera de la casa para cerrar la puerta. La miró maniobrar las llaves con dificultad, y se dio cuenta de que traía muchas cosas en los brazos.

 

Pero, de alguna forma, ella dejó su mano libre para coger la de él y caminaron hacia la calle, por la banqueta, en dirección a su escuela. Miró hacia arriba para verle la cara. Parecía muy concentrada, pero ella le regresó la mirada y sonrió. Tobías quiso detenerse para anotar en su libretita cómo podía llevar tantas cosas y, al mismo tiempo, sonreír. 

 

Al llegar a la entrada de la escuela, ella puso todas las cosas en el suelo, y se agachó para despedirse con la bendición y con el beso; pero antes se chupó el dedo gordo y se lo pasó por la mejilla. 

 

―¿Ya estás listo, mi niño grandote? 

En lugar de responderle, Tobías rodeó el cuello de su madre con ambos brazos e inmediatamente le susurró al oído:

―Mami, ya sé tu secreto, pero no te preocupes: no le diré a nadie.

Le dio un enorme beso y corrió a su escuela. 

 

Cuando Tobías se sentó en su pupitre, sacó su libretita y, con el lápiz de Batman, escribió: “Mi mamá es un superhéroe”.