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El santo grial

Darwin Redelico

Un (apenas esbozado) ensayo sobre la inmortalidad.

Las postrimerías del Siglo XXI traen a la humanidad un cambio de paradigma, que es la culminación de un largo proceso de avances científicos. El desciframiento completo de la cadena genética hace realidad una de las grandes ambiciones del género humano: la inmortalidad. Hombres que juegan a ser dioses, alquimistas de laboratorio que ponen a prueba los límites de la ética.

La noticia se extiende por todo el mundo que, cada vez más integrado, observa con gran expectativa estos avances. Se anuncia que el tratamiento consiste en una serie ilimitada de vacunas que revierten el proceso de entropía, se regeneran las células, muta el ADN de modo de eliminar la información genética asociada a enfermedades. Las previsiones más optimistas hablan de alargar la vida al menos a diez siglos.

Los primeros que se aseguraron la provisión del mágico elixir fueron los propios científicos; la humanidad los necesitaba para seguir progresando. Luego, los emprendedores que financiaron el descubrimiento; sin ellos no hubiera sido posible.

Pero el sistema político no daría los permisos necesarios para patentar y comercializar sin el acceso a la fuente de la juventud. ¿¡Cómo iban a quedar afuera!?

Tanta inversión y tantas horas de laboratorio necesitaban su recompensa: se vendería el producto a muy buenos precios a quienes los pudieran pagar. Los más ricos aseguraron su lugar en el nuevo mundo que se iniciaba. Ellos y sus familias, poderosos por siempre.

Entretanto, algo sucedió. Dejar en manos de una sola potencia la maravilla de la inmortalidad no solo era causa de recelo, sino que se convirtió en un tema de seguridad nacional. ¿Cómo permitir que el enemigo pudiera conservar para siempre a sus mejores líderes, científicos, técnicos y soldados? La brecha se haría insuperable.

Nunca se supo si por espionaje, traición o mera imitación, al poco tiempo las otras superpotencias lograron desarrollar sus propios proyectos de vida eterna. Ahora sí, todas las vanguardias del mundo aseguraron su sitio en el Olimpo.

El capitalismo y su ley de la oferta y demanda seguía su irrefrenable marcha. La ambición necesitaba que el negocio siguiera su expansión, y así el producto se hizo más accesible a las clases medias del primer mundo.

Se comenzó a reclamar el acceso por parte de los más pobres de todos los países. Pero los más ricos decidieron que no habría lugar para todos en el Arca de Noé. Para que haya privilegiados, se necesitan millones de indigentes. Pero tenerlos vivos para siempre no convenía. La fuerza de trabajo se tiene que renovar permanentemente para que sea eficaz, y una sobrevida larga genera gastos.

¿Quién querría dar larga vida a sus potenciales enemigos?

Por eso se necesitaban gobiernos fuertes que controlaran a las multitudes. Se ofrendó tratamientos a gobernantes de mano dura y sus élites. Salvajes dictaduras pululan por África, Asia y Latinoamérica.

Pero, dentro de la torre de marfil de los beneficiados, no todo era felicidad.

¿Por qué un estadista brillante, que viviría por siglos solo gobernaría por escasos cuatro u ocho años de vida, dando solo una parte de todo su talento? La rotación en el poder no contaba con tantos simpatizantes, y se comenzaron a prolongar los periodos de gobernación hasta convertirlos en autocracias. Lo mismo ocurrió en los ámbitos de las grandes corporaciones, las asociaciones civiles, y en el ámbito del arte y la cultura y en la educación.

Las mismas personas durante décadas obstruirían el ascenso a quienes intentaran escalar. Desmotivación para quienes se esfuerzan. Con tantos años por delante, ¿para qué estudiar, para qué iniciar proyectos, formar familias o tener hijos? La procrastinación se convirtió en norma.

La falta de circulación de ideas y talentos hace que el progreso flote en aguas estancadas. Por primera vez en siglos, la civilización da marcha atrás. Los desposeídos, simples mortales de corta vida, en el resto del mundo se movilizan. Hay poco para perder; lo arriesgan todo.

El caos recorre el mundo; viejas dictaduras sucumben y son sustituidas por otras más violentas. En el primer mundo, los privilegios se terminan a fuerza de sangre, y el viejo orden es arrasado por la anarquía. Políticos, empresarios, científicos e intelectuales son juzgados por una nueva Inquisición. 

La ciencia es llevada al banquillo de los acusados bajo el cargo de alejarse del espíritu humano. Es sentenciada a muerte y, en su lugar, un universo de religiones, mitologías y creencias inicia una nueva Edad Media.

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