El perro sabio y la ardilla

Dante Fors

PLANTILLA

Un día de verano, paseaba por el bosque un perro que había acudido de visita con su familia. Husmeó por los alrededores, siguiendo con curiosidad los aromas que captaba con su olfato, cuando encontró una ardilla que se veía bastante abatida hablando sola.

—¿Qué sucede? ¿Por qué refunfuñas tanto? —preguntó el perro.

—¡Oh! Hola —respondió la ardilla sorprendida—. Es que me siento muy molesta y no he encontrado una mejor manera de desahogarme.

—Ya veo. ¿Quisieras contarme qué te puso así?

—Hace un momento he querido ayudar a un viejo topo cansado a cavar un túnel pero, a pesar de mis diligentes esfuerzos, no ha hecho otra cosa que criticarme: que si mis manos son muy pequeñas, que si soy muy lenta, que si la gruta estaba quedando muy estrecha… en fin.

—Entiendo —dijo el perro sereno en un tono cálido—, pero no deberías enfadarte tanto. Verás; el topo ya es un animal viejo que ha tenido una vida dura y con muchas cosas en contra: tiene ojos muy pequeños que le impiden ver que tú no eres igual que él. Solamente conoce una forma de hacer las cosas y no concibe otra manera porque está muy orgulloso de sus viejas manos enormes que solamente saben remover la tierra. Tú eres joven y alegre; tu lugar no está en el suelo, sino en la copa de los árboles y tus manos son del tamaño justo para tus propias actividades. ¿Para qué necesitarías tenerlas más grandes si tienes tus abazones? Además, las semillas que se te caen de las manos o las que guardas en los pequeños agujeros que puedes cavar eventualmente serán los árboles de este bosque. 

—Gracias, tus palabras me hacen sentir mejor —respondió la ardilla—. Pero ahora siento como si hubiera sido yo la culpable de haber recibido ese trato cuando solamente quise ayudar.

—Tú no has tenido culpa alguna; lo ideal sería que el topo hubiese mostrado gratitud por tus buenas intenciones. No es tu culpa que sea un animal muy amargado. Pero, dime, ¿tú lo has ayudado al topo con el único deseo de hacer algo por alguien, o anticipabas ya algún agradecimiento? —La ardilla permaneció en silencio reflexionando—.Tú sabes que has hecho algo bueno; las actitudes del topo hablan de él, y no de ti. En todo caso, yo te agradezco por hacer del bosque un lugar mejor.

—Y yo te agradezco a ti, perro sabio; me has ayudado a aprender algo sobre mí —dijo la ardilla, entregándole algunas avellanas al perro y, acto seguido, corrió a trepar sonriente por un enorme árbol.