Sandy Manrique

El juego

La viste  brillar entre la maleza. Casi imperceptible en medio de las hojas.  Parecía haber estado escondida esperando que tú la encontraras. Sentiste escalofríos al tocarla porque te pareció fría pese a  estar expuesta a la canícula.  Tenías el pelo peinado como si estuvieras en un colegio militar aunque solo alcanzabas el metro treinta de altura

 

La miraste largo rato antes de poner tus manos sobre ella. ¿Qué pasa, Rodo? te preguntó Anselmo. Y tú te quedaste sin escuchar deslizando tus manos sobre el cañón que había empezado a llenarse de polvo. Recordaste  a tu madre diciéndote que jamás tocaras una pistola. Te echaste un tanto para atrás, pero regresaste para sentirla nuevamente. 

 

 Te preguntabas cómo pudo haber llegado ahí. Te imaginaste a un superhéroe despojando a un villano de su arma, al menos era una historia más divertida que unos sicarios dejando olvidado un revólver en un parque contiguo a la secundaria.

 

La escondiste en el morral que llevabas, donde guardabas tu almuerzo preparado por tu madre. Regresaste de la escuela  sintiendo que todos te miraban. Intentaste no cruzar la vista con nadie. 

 

Cuando llegaste a casa dejaste el arma guardada en un rinconcito secreto. A veces la sacabas durante la noche para sentirte un hombre valiente. Una noche que estabas solo en casa decidiste contarle a Anselmo. Tu amigo quiso verla de inmediato. Te dijo que Pedro sabría si estaba cargada o no, qué hacer con ella. 

 

Tú ya no pensabas en nada más que en los ojos tristes de tu madre. Esos ojos que te habían perseguido desde que eras un niño y dejabas los juguetes regados o no te comías lo que ella te preparaba. Igual consentiste que Anselmo se llevara el arma. 

 

Te asustaste cuando te dijeron que Pedro proponía un juego que era sólo para valientes. Dijiste que no. Tu madre siempre te había dicho que te cuidaras, que ella se moriría si algo te pasaba y ahora estaba internada. Pero no pasaría nada, decía Pedro y los otros que ahora estaban inmiscuidos.

 

La noche en que jugaron a la ruleta rusa fue cuando te enteraste que tu madre no volvería nunca. Saliste de noche para ver de qué se trataba. Cuando llegaste el cilindro del revólver giraba sin descanso. Una y otra vez. El sudor de los adolescentes corría. También las carcajadas de los que no temían nada. Drogas para el valor. 

 

 Tú tratabas de mantenerte oculto. No te molestaba ser el proveedor de este modo de diversión, pero no querías participar. Eras el más joven. Pero no les importó. Llegaron a decirte que te tocaba. Todos empezaron a echar vítores. Gritaban: “Roooodo. Roooodo”. Tú emergiste de la oscuridad en la que te habías refugiado. Tenías el entrecejo fruncido y la mirada fija. Sabías que si jugabas una sola vez podrías enfrentarlo todo.

 

Eliana, la niña más bonita de la escuela, está ahí y te mira fijamente. Te llevan en andas hasta el centro del grupo. Todos están borrachos menos tú.  Tratas de sonreírle a ella, pero no lo logras. 

 

Las voces siguen llegando en oleadas… “Rooodo..” “Roooodo… “Ni va a pasar nada”“En esta vida hay que tener huevos”. Y caminaste despacio, pero sin chistar a esa prueba que te revelaría como el más valiente de la escuela. 

 

Caminaste con la espalda erguida. Tomaste resuelto el arma de las manos de Pedro. Estuviste listo para disparar una vez más. Sentiste la caricia suave en tu sien. Miraste a Eliana. Pensaste en tu madre. Por última vez