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Desgracia con suerte

Thelma Moore

Miguel volteó sobresaltado al oír el grito de susto de su hermano.  En forma instintiva, en tres zancadas, estaba a su lado tratando de descubrir en dónde había caído.  Su hermano Alfonso, de quince años, tenía sumido su pie derecho en algo parecido a arena movediza, pero esta era negra.  Observó que, entre más se agitaba Alfonso desesperado por zafarse, más se hundía, y ya llevaba enterrada la pierna hasta debajo de la rodilla.  Ya la otra pierna empezaba a irse también.

─Alfonso, ¡no te muevas! —le gritó Miguel con ansiedad contenida.

Buscó con la vista, en su alrededor, un palo o algo similar que lo ayudara a sacarlo.  Lo hizo con mucho cuidado para no caer en el mismo hoyo,  porque significaría una muerte segura para ambos. Buscaba con la angustia en la garganta, y no encontraba nada que le pudiera servir.  Inútilmente daba vueltas y más vueltas tratando de encontrar algo y… solo hojas de palmeras y ramitas de pino demasiado endebles para lo requerido. Mientras, su hermano le gritaba desesperado:

─¡Miguel, Miguel! ¡Apúrate, apúrate, porque me hundo!

Estaban en medio de un pinar metido en agua por las intensas lluvias pasadas; no conocían el área y estaban en un serio aprieto.  Miró para arriba con la esperanza de poder jalar alguna rama fuerte, y lo que vio le hizo saltar el corazón aún más.

Por entre el abigarrado conjunto de troncos de pinos, estaba parado un hombre de increíble estatura, con barba y cabello hirsutos color marrón quien, al observar la situación, arrancó una rama fuerte y, llegando al lado de Alfonso, se echó boca abajo  para extenderle la rama.  Miguel se aferró a ella como el sentenciado a muerte a  un indulto y no la soltó hasta que pudo salir gracias al esfuerzo del extraño.

El hombrón se rodó boca arriba respirando hondo y Alfonso, agotado, se echó a su lado.  Miguel  le inquirió:

─Gracias, señor, por salvar a mi hermano.  Pero… ¿quién es usted y de dónde viene?

Al mismo tiempo no pudo evitar verle la ropa raída del color de la naturaleza, sus botas de montaña, desgastadas y descoloridas. 

─No tengo nombre: soy hijo del bosque ─le contestó a la vez que se incorporaba.

─¿Ustedes qué hacen aquí?  Este es un paraje muy peligroso.

─Contra la promesa hecha a mis padres de no utilizar más que el camino conocido, nos  vinimos por este lado del parque para descubrir otra forma de llegar al acantilado ─le explicó Miguel.

El hombre del bosque, con una naturalidad sin igual,  les dijo:

─No debieron desobedecer a sus padres, en especial hoy porque, además de los riesgos de esta área, ayer hablé con el señor volcán y, les digo: ese volcán está verdaderamente enojado porque no hay respeto por sus faldas.  Vuélvanse a casa y digan a todos que estallará en cólera dentro de unas horas.  Su furia arrasará con todo lo que encuentre. Todavía tienen tiempo de salvar a los suyos y a los animalitos, quienes son los más inocentes de todo.

Alfonso y Miguel, incrédulos, cruzaron sus miradas.  Casi sin despedirse ni darle las gracias, pusieron pies en polvorosa.  Llegaron pálidos y sin aliento. Vociferaban al mismo tiempo hasta que su padre les gritó más fuerte.  

Entonces, Miguel le describió el percance de Alfonso y cómo lo había salvado el hombre del bosque, así como la advertencia del enojo del volcán.  El padre estuvo a punto de soltar la carcajada, la cual se le ahogó en la garganta al percibir en ese momento un temblor de tierra.  

Ya no se dijo más; el jefe de la familia empezó a dar órdenes a todos sus trabajadores: arriaron los animales hacia una zona de seguridad, sacaron documentos, cargaron víveres  y partieron en carretas y pick ups hacia zonas protegidas de la isla.

Cuando llegaron al área designada, el jefe de la familia avisó por radio aficionado a todos los habitantes de la zona quienes, dadas las incipientes y violentas manifestaciones del volcán, también hicieron lo suyo para salvarse.

Horas después, el volcán rugía y arrojaba lava y piedras.  La familia de los muchachos, en su interior, daba  gracias a la aparición del señor del bosque por haber salvado a Alfonso y evitado pérdidas de vida en esa región de la  Isla de La Palma.

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