Cualquier tiempo pasado fue mejor
Iñaki Rangil
En un lejano país, cuyo nombre quedó perdido en mi memoria, vivió un rey, muy querido por sus súbditos, muchos años, aunque muchos más hubiesen deseado tenerlo al saber cómo les iría con su sucesor. Fue mala suerte cuando enfermó, pues no existía cura. Unas fiebres le hacían empeorar día a día, pero peor cuan pronto se lo llevó aquella con muchos apelativos, los cuales evitamos mencionar por prudencia. Lo arrebató a sus súbditos sin pedir permiso siquiera.
Su primogénito, Benji, heredero del trono, era caprichoso con avaricia, además acumulaba otros vicios, entre ellos una zanganería hasta decir basta. ¡Vaya diferencia con su padre bien amado por todos! Los habitantes desconfiaban ante aquel panorama.
Un día salió afuera del palacio. Se atrevió a dejar su fortaleza seguido por su séquito. Bien cubierta su espalda, se envalentonó ante quienes se presentaban a él. Su desfachatez fue mucho más allá. Lo prohibido quedó sin valor. Sus ojos caprichosos se posaron en Amaiur, campesina prometida para desposarse con Haritz, herrero en aquella aldea. Ella se dio cuenta enseguida. Apartaba sus ojos alejándolos del peligro amenazador.
Sin embargo, Benji no se dio por vencido. Hizo llamarla a su corte, tras averiguar quién era. Exigió su presencia. Para motivarla, amenazó a sus padres, además del hermano, por supuesto. Tampoco se olvidó del herrero, lo tenía muy presente. Mientras ella acudía al palacio, secuestraban a Haritz llevándolo a galeras para forzarlo a olvidar a Amaiur.
—Tu prometido te ha abandonado. Ahora estás libre. Serás mi reina entonces —sentenció Benji cuando la trajeron frente a él.
—¿Cómo dice su majestad? Haritz se encuentra dando con su martillo al yunque, haciendo herraduras.
—Otra cosa me han dicho mis lacayos. Lo han visto abandonar nuestra villa, ya antes lo había hecho con su herrería. Cuando regreses te darás cuenta —anuncia como mal presagio.
Cuando estuvo junto a su casa vio, con aprensión, abandonadas las tareas del herrero, no había nadie por los alrededores, tanto yunque, como martillo allí olvidados, se hallaban descuidados por su dueño, ni las herraduras había recogido. Se le vino encima aquel mundo conocido. Cuando fue a entrar en casa toda compungida, se le acercó una vecina del herrero.
—A Haritz lo han llevado preso por orden del Rey. Así se lo han anunciado. Así lo he oído yo.
—Muy bien lo tenía pensado ese patán. Así no me quedaba más remedio. Por ventura, ignora mi postura. No sabe, pero lo desprecio profundamente, nunca accedería a ser su mujer.
—Actúa con inteligencia, si no todos tus seres queridos pagarán ese desaire. Debes idear una salida con sutileza, sin perjudicar a nadie —le aconseja con buen criterio su vecina.
—En eso no había pensado. Pero creo tener una muy buena idea —mencionó pensativa Amaiur, aunque no las tenía todas consigo.
Solo le quedaba un pequeño dilema. ¿Dónde encontraría a Haritz? ¿Cómo liberarlo? Todo lo demás lo tenía resuelto, sin duda funcionaría. Tuvo mucha suerte, en un puesto del mercado escuchó a un guardia contando al mercader su hazaña del día anterior, condujo una carreta con presos para llevarlos a galeras. Confesó cómo los habían dejado en custodia al guarda del puerto hasta completar dotación con galeotes.
Encomendó a su padre pagar un rescate por su amado, Haritz, a su custodio. Estaba segura, por un módico precio lograrían liberarlo. Mientras tanto ella debía actuar. Tomó una pócima elaborada por Edith, una bruja amiga. En un instante aparentaba no tener vida.
—Majestad, Amaiur ha perdido su vida apenada tras desaparecer Haritz. Vamos a enterrarla. Le aviso por si quiere despedirse —declamó su hermano en un discurso ensayado.
Benji, afligido, acudió al velatorio antes del entierro. No se quedó a inhumar los restos por fortuna, pues solo iba a ser simulado. En adelante, esa buena suerte debería acompañarlos en sus pasos, pues necesitaban alejarlos cuanto pudieran del lugar. Así lo hicieron nada más llegar su prometido.
Fue tarea fácil convencer al guarda. Unas pocas monedas sirvieron en su propósito. Con celeridad, regresaron ambos hasta casa, dónde esperaba lista para partir Amaiur. Se despidieron para siempre del resto, no los volverían a ver, pero los acompañaría una felicidad sin fin. Allí, les iba a estar negada por capricho del rey.