Con las gafas del amor
Hipólito Barrero
La luz de un rótulo de neón con la famosa lengua de los Rolling Stones entra intermitente por la ventana del hotel, creando en la habitación oscura unos efectos visuales singulares en objetos y muebles. En la pared de la habitación hay un cuadro que representa una mansión en el campo. Los destellos de luz sobre el cuadro dan la impresión de que la casa está ardiendo. No me costará dormir. Podría bajar la persiana, pero hace calor. Será mejor que cierre los ojos y piense en las cosas bonitas que me han pasado estos días.
Mi mujer duerme plácidamente a mi lado en este hotel de paso. Suerte que de madrugada no nos despertará el canto del gallo de cresta altanera. Venimos de pasar unos días en una casa rural en un pueblecito de pocos habitantes. La paz y tranquilidad solo se veía gratamente alterada por el «Buenos días» que entonaba el ave presumida del corral y el ladrido de un perro lejano.
Ayer estuvimos paseando entre campos de amapolas. Ella estaba guapísima con su cinta del pelo y sus zapatos a juego con las flores. El camino de vuelta discurre cercano a la carretera. Durante un buen rato solo vimos pasar un coche, una Ferrari, cuyos ocupantes nos saludaban alegres agitando banderines con la marca del auto.
A la entrada del pueblo, una señora vende fruta en un puesto ambulante. Compramos fresas y tomates bien maduros. Al llegar a la plaza, nos encontramos con un camión de bomberos. Los hombres uniformados se movían con rapidez. Un vecino nos explicó que se había roto una tubería importante de agua que pasa por detrás de aquellas casas. Por el color del agua creímos que se trataba de sangre, pero enseguida nos sacaron de nuestro error porque se trataba de que el agua había inundado un almacén de pimentón que se emplea en la elaboración de chorizos. ¡Vaya susto!
Aún recuerdo el día en que vinieron al colegio los bomberos para hacernos una demostración de los servicios que realizan a la sociedad. Después, todos decíamos que de mayores queríamos ser bomberos. Además, vimos una intervención suya en directo: un señor los había llamado porque, durante toda la noche, habían oído a un gato maullar sin parar. Por la mañana vieron que el gato inexperto estaba encaramado en lo alto de un poste de madera de seis metros y no se atrevía a saltar. Estaba en un descampado, al lado del colegio, y los bomberos nos invitaron a presenciar el rescate a distancia. Pusieron el camión al lado del poste y desplegaron la escalera mecánica hasta que llegaron con cuidado a coger al gato, que estaba temblando. El salvamento se completó con éxito. En cuanto el bombero dejó al minino en el suelo, el animalito echó a correr sin dirección segura y todos lo aplaudimos. Varios tejados lo esperaban.
***
Al día siguiente, al despertar en el hotel, mi mujer estaba leyendo incorporada en la cama.
—Hola, dormilón —me dice sonriente—. ¿Estabas soñando conmigo o con Caperucita?
—Soñaba que tú eras Caperucita y yo, el cazador que te salvaba del lobo feroz.
En el espejo del lavabo, ella había dibujado un corazón con su pintalabios.
***
En el viaje de vuelta a casa, en coche, llegábamos a la ciudad en caravana; en la avenida destacaban las luces traseras de freno de los numerosos automóviles que nos precedían y el semáforo que nos impedía avanzar.
—Veo, veo…
—¿Qué ves? —preguntó ella.
—Una cosita.
—¿Por qué letrita empieza?
—Por la C.
—Siempre haces lo mismo; dirás que mi cara bonita.
—Es que no me canso.
—¿Crees que me voy a ruborizar?
—Por los efectos de la luz, pareces ruborizada como una quinceañera.
—Hoy también te has puesto las gafas del amor y lo ves todo del mismo color.
Se acaban las vacaciones; mañana tenemos que volver al trabajo. Durante muchos días recordaremos esos atardeceres que mirábamos cogidos de la mano. Las nubes encendidas reflejan los últimos rayos del sol que se despide en el horizonte.