Ana Efigenia
Caminos paralelos
Baño de espuma de rocío en la madrugada
Hummmmmmm… Huele a tierra mojada.
Caminamos en un chirriante silencio. Arrastramos los pies en nuestro habitual vuelo de tarde. Suenan, muy de vez en cuando, nuestros gritos silenciosos, pero no suenan como deberían hacerlo: lo hacen lastimeros, imitando el paso de una solemne procesión. Es como si flotaran en un vacío atrapado, en una voz estrangulada o en un sentido absurdo… Quizás suenen como una especie de carraspera suave, de las que duelen, pero que alivian… algo parecido a los graznidos melodiosos de los cuervos blancos.
… El cielo se ha vestido de naranja.
Ardo por el frío del abandono. Compartimos el camino, pero vamos solos. Él avanza trastabillando con las chinas que encuentra. Yo serpenteo, las esquivo o las pateo. Nos acompañamos en la soledad, pero morimos, cada incandescente noche, por sentirnos vivos. El calor de su cuerpo solo hiela el mío, y la frialdad de mi mirada calienta la suya. Un roce accidental de sus manos en mi cuerpo me irrita, un roce mío, lo arruga. En nuestros paseos hago memoria: su voz era cálida y mi voz, sugerente; su piel era dócil y la mía, dulce. Su emoción era infinita y la mía, eterna. Ahora solo quedan graznidos.
… El viento silba canciones rotas.
A pesar de la llegada de la luminosa noche, seguimos caminando… He parado el paso para saborear el dulzor de algo amargo. Revolotean a mi alrededor, como si el tiempo no las hiriese de muerte. Las observo mientras él sigue acortando terreno. Parece que cada vez avanza más rápido. Ni cuenta se ha dado del resplandor que ofrecen sus minúsculos cuerpos. Baten sus alas con mesura para influir en la belleza extrema de la oscuridad. Brillan hasta apagarse. Viven para consumirse. ¡Volad, estáticas luciérnagas! ¡Volad! Y alcanzad a los cuervos.
… Las estrellas se han pintado los labios.
Anhelo unos fuertes brazos que atenúen mi debilidad, que me ofrezcan cobijo, que me hagan vibrar. Anhelo unos fuertes brazos que hostiguen mi calma, que me vuelvan loca, que me hagan razonar. Tiemblo al envidiar el valor, al desear el sosiego, al experimentar la desazón.
… El frío ha ofrecido consuelo.
Cierro los ojos mientras barrunto que un escozor me va a rozar la emoción. Paladeo inmóvil el recuerdo de sus caricias. Me esfuerzo por sacudir el cuerpo, y expulsar la sensación de calidez que me escarcha por dentro. Se ha marchado. Como había soñado los años pasados. Lo veo desaparecer por el horizonte. Con su paso desgarbado y con su cadencia imperturbable. Siento un temido regocijo, un temblor adorable, una desazón dulce, un dolor que me gusta, una sensación que me atrapa.
… Los senderos envuelven el monte.
Rebusco en mi memoria. La zarandeo. Incluso la maltrato. Sigo rebuscando… Miro mis pasos y me vuelvo hacia atrás. Recreo el camino y me doy cuenta de las huellas torcidas, de las idas y de las vueltas, de los saltos, de las ausencias, del invisible rastro… También me doy cuenta del camino paralelo: recto, sobrio y seguido. Somos dos extraños conocidos.
… El silencio interrumpe el ruido.
Hay un sonido constante en mi mente. Un zumbido parecido al de las abejas revoloteando alrededor de la colmena. ¡Zzzzzzzzzzzzzzzzz! ¡Zzzzzzzzzzzzzzz! Un ruido que construye palabras, incluso frases que me hacen agonizar. Temo no escuchar porque, cuando no lo hago, es que solo estoy oyendo.
… Suena el ulular de las lechuzas.
La noche despierta a los seres noctámbulos. Se sienten protegidos por la oscuridad y despliegan sus virtudes, para el deleite de los demás trasnochadores. Hace tiempo que vivo como ellos: me escondo de día y me expongo de noche.
… ¿Existen los cuervos blancos?
Al llegar a nuestra casa y desembarazarme de la gélida noche, me acaloro al comprobar que por fin desapareció. ¡Me estremezco de placer! No hay rastro de sus torcidas huellas ni de su melodioso graznar. Años de estar esperando este desenlace. Siento un horrendo confort. Ocupo mi lugar de siempre y, de pronto, decido ocupar otro, y otro, y otro… ¡Pues ni tan mal!
… Huele a tierra mojada.