Atrapados
Laura Gran
Eva había decidido dejar a su marido, y salir de su casa después de diez años de matrimonio. Motivo: ya no podía fingir más y necesitaba dar rienda suelta a todas sus fantasías. Le gustaba el sexo y había coleccionado una larga lista de amantes; el último fue el que colmó el vaso. Su marido, quizá inducido por el peso de su cornamenta, la había descubierto en su propia ducha disfrutando del sabor de un escultural moreno. Ella utilizaba su talento y experiencia para proporcionar placer, pero también exigía de sus amantes que supieran cómo hacerla volar, algo que su marido apenas había llegado a conseguir en un par de ocasiones. Ahora iba a comenzar por fin su vida en libertad, y la sola idea le hacía relamerse de satisfacción.
Carlos era un depredador; no había mujer en la que pusiera sus ojos que tarde o temprano no cayera en sus redes. Era algo innato en su ADN; a pesar de tener una joven y atractiva esposa, no podía evitarlo. Le bastaba conocer a una mujer para poner en marcha su mecanismo de conquistador y, cuando la conseguía, comenzaba a buscar de nuevo. Era un experto en el engaño y, aunque más de una vez lo había pillado su esposa, ella miraba para otro lado solo para no perderlo.
Carlos y Eva trabajan juntos, Los dos desprenden una atractiva sensualidad pero, curiosamente, siempre se han evitado; se reconocen y saben que ambos son terreno resbaladizo. Pero eso puede cambiar hoy. Se han quedado atrapados en el ascensor de las oficinas, y parece que van a estar solos durante un buen rato.
Los primeros minutos son de incertidumbre; al fin y al cabo, a nadie le hace gracia quedarse encerrado en un cubículo tan reducido. Pero después de haber sopesado los pros y los contras, empiezan a fijarse el uno en el otro.
«Esa falda realza sus caderas… apostaría a que lleva liguero, sí… y braguitas negras de encaje, y ese botón suelto de la blusa… Dios mío haría escalada sin cuerda en esas montañas», piensa Carlos, quien nota cómo reacciona su cuerpo ante tales pensamientos.
Eva es consciente de la humedad entre sus muslos al percibir la mirada, tan lasciva que emana de esos ojos color miel. Escanea el cuerpo de Carlos con precisión, mientras se repasa los labios con la lengua y lo mantiene hipnotizado.
—Si sigues mirándome así, no creo que pueda controlarme —dice Carlos mientras se aventura a acariciar con suavidad los labios de Eva que se transforman en una sonrisa provocadora.
—Lo que más deseo en este momento es que no lo hagas. —Eva atrapa la mano de Carlos, que la mira interrogante, y la lleva directamente entre sus piernas, lo que a él le provoca una fuerte erección.
«¡Sí, lleva liguero, pero nada mas! ¡Vaya con la traviesa Eva, creo que quiere jugar!», piensa Carlos. La atrae hacia él y la besa; sus lenguas danzan un baile animal. Sus cuerpos encajan a la perfección mientras las manos de ambos los recorren por entre las ropas. Después de la primera exploración, Eva lo invita al segundo nivel. Carlos comienza a quitarle la blusa, que envuelve unos pechos exuberantes. Una sugerente prenda de encaje los enmarca, y Carlos los libera para lamerlos con deleite.
—¡Me excita tanto verte tan entregado! —susurra Eva entre jadeos mientras lo agarra por el cinturón y le baja con habilidad los pantalones.
Carlos le quita la falda; la sensual imagen se multiplica en los espejos del ascensor, lo que provoca que sus calzoncillos estén a punto de reventar. Eva se deshace de estos y admira aquel trofeo que le promete la luna. Se agacha, y le ofrece una maravillosa vista panorámica de sus pechos. Carlos comienza a sentir el intenso placer que la hábil boca femenina le regala. Tras unos momentos de éxtasis, la levanta, la apoya en la pared y se prepara para lo que los dos más desean.
En ese instante tan íntimo, una voz al otro lado los interrumpe:
—¿Están ustedes bien? No se preocupen; ya han llegado los bomberos y están accionando el mecanismo para sacarlos de ahí. —Se oyen unos ruidos en el techo y el ascensor comienza a moverse.
Los dos se miran con el deseo en sus ojos enfebrecidos y comienzan a vestirse.