Amantes en frenesí

Aída Vergara

Efraín pasaba horas absorto en sus pensamientos, recordando y contemplando las fotografías de su amada Luna.

Efra (así le decían sus amigos y la mayoría de las personas en el pueblo) era  un hombre alto, delgado y con un bigote muy peculiar, igual al de Salvador Dalí, del cual era su más ferviente admirador. Hacía el mismo ritual, poniéndose aceite de dátil en el bigote y un poco de miel en las comisuras de los labios. El objetivo de esto era atraer a las moscas, que para él eran el rebaño de Belcebú, que significa justamente “el señor de las moscas”. El insecto de cuya alma Platón aseguraba que era inmortal.

Todas las tardes, Efra se iba a un despeñadero al que le encantaba retirarse a contemplar los atardeceres, que pintaban el cielo de un color espectacular. Llevaba siempre consigo una mochila en la que siempre cargaba una libreta, una pluma, las cartas y fotografías de su prometida Luna.

Luna era una chica menuda, bajita de estatura, delgada, de tez blanca, cabellera larga negra y ojos azules. Una belleza en todo su esplendor a sus 25 años, comparando con los 50 que ya tenía Efraín, de quien estaba locamente enamorada. No le interesaba conocer a nadie más, aunque pretendientes tenía de sobra.

Su pasión era pintar; su técnica, el óleo; y su estilo, surrealista. Predominaba siempre ese color intenso como la sangre, uno de los grandes lazos de unión de esta singular pareja.

Luna tenía una casa, hecha de adobe y teja, detrás de la cual había una pequeña huerta en donde cultivaba fresas, arándanos, frambuesas y sandías.

 

Efrain y Luna fijaron la fecha de la boda; ya estaba todo listo para la ceremonia, que se celebraría en un jardín rodeado de rosas, con predominio el color del amor, de la sangre, de la unión. En el camino al altar, dos pajecitos, sobrinos de Luna y de Efra, lanzaban pétalos de rosas y fue el atardecer en el que

el cielo se tornaba del color en el que estos estos enamorados decidieron unir sus vidas para toda la eternidad.

 

Cuando me abrazas, sucede…

que hay piel ungida por un dulcísimo anhelo. Visiones de verano…

contorsión de hojas alrededor de un tallo…

Mi carne se vuelve frutal

y circulan semillas por mi sangre.