Alma

Alberto Hidalgo

Un desalmado entró en mi ortopedia preguntando por un alma protésica. Le vendí la mejor. Con garantía de dos años. En menos de un mes volvió con la cara desencajada. Quería el reembolso de su dinero. Me explicó que había estado internado en un psiquiátrico, que había fracasado en dos intentos, muy serios, de suicidio. Le respondí que el alma no era responsable de su torpeza, pero me aclaró que su queja provenía de las tendencias suicidas de su espíritu atormentado, que achacaba al alma defectuosa.

Hablé con el proveedor, porque el alma estaba en periodo de garantía, y me indicó que no me preocupase, que el alma la repararían en dos semanas y que enseguida, a primera hora de la mañana, tendría a disposición del cliente una de sustitución.
A regañadientes, el desalmado transigió y a las nueve de la mañana se llegó a por su alma de sustitución, que venía bien usada, con kilómetros, grietas y disgustos que se percibían desde lejos y, la verdad, el alma que me dejó para arreglar relucía como nueva; irradiaba felicidad. A pesar de ello, el hombre salió de la ortopedia y ya nunca más volvió.