Adicción a la palabra hablada
Vicente Nadal
Cuando se declaró el estado de alarma en todo el territorio nacional, me despidieron del trabajo y tuve que vender el coche. El escaso ahorro que disponía para situaciones de emergencia pronto se agotó.
Ahora, soltera de solemnidad y con cincuenta años, me encuentro en el límite de la pobreza; además, estoy sin hijos y sin familia cercana en la que me pudiera cobijar o de la que pudiera recibir algo de apoyo económico para salir adelante.
Como paliativo a mi penuria, hace tres meses, alquilé una habitación con derecho a usar las zonas comunes de mi casa. Al principio, la inquilina me pareció una señora muy comunicativa; tal vez, excesivamente interesada en mostrar su amabilidad y simpatía. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que su comportamiento no correspondía al modelo de conducta que había imaginado.
Hablaba y hablaba y hablaba, y no paraba de hablar en cualquier momento; hablaba de cualquier cosa sin tregua ni disculpa. Siempre estaba hablando.
En fin; soy una mujer amante del hogar, de una amable compañía y de una tranquila conversación; pero aquella inquilina, gorda, no hacía más que hablar y hablar y hablar. Lo mismo le daba. Allá donde yo estuviera, fuese donde fuese, venía a mi lado y empezaba a hablar.
No le importaba estar sola; entonces, hablaba consigo misma sin parar. Le daba igual que fuera de día o de noche. Hasta dormida seguía hablando en voz alta.
Pensé en deshacer nuestro contrato pero, en ese caso, me obligaría a indemnizarla con el importe de tres meses y devolverle el mes de fianza más los gastos de su mudanza; además, se convertiría en mi enemiga, y eso me asustaba.
Siempre que podía, se metía en el cuarto de baño cuando yo estaba allí, y no paraba: que si esto, que si aquello, que si lo otro… Aunque la empujara fuera y cerrase la puerta, no le importaba: seguía hablando en el pasillo.
Uno de esos días en que se metía en el cuarto de baño sin parar de hablar, cuando estaba duchándome, tapé su boca con la toalla mojada para que se callara. Aun así, estoy segura de que no murió por eso; murió al no poder hablar: le explotaron las palabras por dentro.