Yo quería enchiladas

Ramiro de Dios

Desde siempre mi comida favorita en la vida han sido las enchiladas verdes pero, en quinto de primaria, esa tradicional comida mexicana compuesta por tortillas, chile, tomate verde y el amor de quien las prepara, más que un gusto, se volvió una necesidad. Ese día de mi juventud, entré al salón de quinto A; me senté en mi pupitre y arremetí contra el profundo antojo que tenía de enchiladas verdes. Me prometí que haría hasta lo imposible por comerlas ese día y me dispuse a aguantar la jornada escolar sin nada más en mente que empinarme unas doce enchiladitas. 

Dicen que el corazón esta conectado con el estómago, y prueba irrefutable de eso fue que mi antojo menguó un poco después de que entró a clase la niña que me gustaba. Perlita, la típica niña cool por la que todos los niños babean. La popular, con coletitas doradas y sonrisa implacable. Ya nomás le faltaba una mochila azul para terminar de parecer de telenovela; en verdad, me gustaba mucho. 

Estaba tan embobado con Perlita que mi cuaderno tenía más confesiones de amor que apuntes de matemáticas. Esos deseos tan míos, tan inocentes, tan románticos y tan bochornosos, dejaron de ser secreto ese mismo día en el que moría por unas enchiladas verdes. La miss notó mi distracción; me regañó y me preguntó qué tanto anotaba en mi cuaderno, y ahí todo se derrumbó. La muy jija de su chimoltrufia madre me hizo pasar en frente y leer en voz alta lo que estaba escribiendo. Con voz temblorosa, sudor en las manos, ganas de hacer pipí y el rostro repleto de vergüenza, entoné lo siguiente: 

 

“Perlita, para mí eres la más bonita,

me encanta verte pasear con tus coletitas,

sonríes y el corazón me palpita,

te quiero tanto que sin problemas te convido de mis papitas”.

 

Obviamente, todo mundo se rio a lo desgraciado; hasta a la maestra se le cayeron las gafas de la carcajada. No era poeta y nunca lo seré, pero sí era remenso y a la fecha no sé si me he compuesto. 

 

Los chismes en la primaria corren más rápido que Don Ramón huyendo del Señor Barriga. Durante el recreo, toda la primaria se enteró del megaoso que hice. Y peor aun, Jorge, el hermano mayor de Perlita, supo de la vergüenza por la que hice pasar a su querida hermanita. No hizo falta que alguien me lo dijera; nomás ver venir hacia mí al más orangután de los chicos de sexto fue suficiente para saber que era mi fin. 

Cuando Jorge se me acercó, lo primero que se me ocurrió fue suplicar. Él simplemente dijo: “Le faltaste al honor a mi hermana”, seguido de un santo puñetazo que me hizo crujir hasta las ganas de vivir. Obviamente, caí al suelo; los niños, tremendos y alborotados como lo son, se acercaron y comenzaron a hacer ruidos característicos de la edad. Jorge dijo: “Cuando tengas hermana, entenderás, lo siento”, y se fue. Se ve que sus padres lo educaron muy bien; me metió una madriza de la forma más cortés posible. Aun así, no fui capaz de comprender lo de la hermana, ¿qué necesidad había de tener la obligación de defender el honor de alguien? «Qué flojera»… Eso pensé en el momento. 

Con la quijada entumida, la dignidad en los suelos y siendo la burla de mi generación y unas cinco generaciones futuras, concluí el día de escuela. Salí, y mi madre me recogió. Al verme, ignoró el moretón en mi ojo y me dijo: “Te tengo una sorpresa”. En ese momento mi corazón se estremeció; mis ojos brillaron como cohetes en Navidad y mi sonrisa se tornó macabra y ansiosa, pues esa “sorpresa”, obviamente, serían las enchiladas que tanto había esperado. ¿Qué más podría ser? Me emocioné, grité, brinqué de la alegría. Por fin me iba a comer las enchiladas que tanto necesitaba, que me urgían, que rogaban por ser ingeridas por mí, y de repente mi mamá dijo: “Vas a tener una hermanita”. Sin duda, la peor decepción de mi vida… 

Y, mientras hago memoria del día en que fui un poeta mediocre, provoqué las risas de una primaria entera, sentí lo que siente la carne cuando la ablandan antes de ingerirla y tuve la desilusión más grande de mi vida. Veo a mi hermana y sigo pensando que hubiese preferido las enchiladas.