Qué mal interpreté tu propuesta

Osbaldo Contreras

El viernes salí dos horas más tarde del trabajo. El clima era fresco, agradable y decidí irme caminando hasta mi casa. Luego escuché que alguien me llamaba. La voz provenía del interior de una camioneta negra estacionada a mi izquierda. Tenía la ventanilla abajo.

—Hola, Osbaldo. Llevo un par de horas aquí. Creí que no saldrías. Tienes que escucharme: tengo una propuesta que hacerte.

¿Quién podría ser? No reconocí la camioneta, ni logré identificar la voz. Me acerqué para averiguarlo. Se trataba de una joven atractiva. Me estaba sonriendo de manera familiar, aunque no tenía la menor idea de quién era ella.

—Perdón, señorita. ¿La conozco? —pregunté.

—No, Osbaldo. No me conoces, pero a mi marido sí: Marcos, tu excompañero en la universidad; soy Sandra, su esposa. Necesito que me acompañes a verlo, porque ha estado deprimido. Le haría bien platicar con alguien como tú: eras su amigo.

—¡Eres esposa de Marcos! Vaya sorpresa. No lo veo desde la graduación. ¿A poco hablar conmigo le caería bien? Nunca llegamos a ser buenos amigos.

—¡Sube! Por favor, te lo explico en el camino. Él ha cambiado. Ya no es agresivo como tal vez lo recuerdes. Tampoco es ese estúpido con dinero de papi… su padre murió. Se volvió trabajador y resultó buen esposo.

Tenía cinco años sin verlo. ¿Cómo podría ayudarlo? Sin embargo, Sandra me convenció. Acepté. El viaje con ella hasta su casa fue placentero. Era muy buena conversadora, además de divertida. Por un momento envidié a Marcos.

⁕⁕⁕⁕⁕⁕

—Ven, no hagas ruido. Cruzaremos por el jardín hasta la puerta trasera. Vamos a sorprenderlo. Muere por verte —dijo al tomar mi mano para guiarme—. Espera aquí, por favor, voy a traerlo. Ponte cómodo y sírvete un trago. Ahí está el bar. No tardaré.

Me sentía nervioso, así que destapé una cerveza. Miré alrededor y descubrí sobre la mesa de centro en la sala un álbum fotográfico. Decidí tomarlo y me senté en el sillón. Eran las fotografías de la universidad. Yo aparecía en varias; también Marcos y muchos de nuestros compañeros. No podía ser una coincidencia encontrarlo allí. Seguro él se lo había mostrado a Sandra. Por eso ella me identificó cuando salí del trabajo.

Me terminé la cerveza, seguía observando el álbum. De pronto Sandra regresó.

—Hola otra vez. ¡Encontraste las fotos! Buenos momentos, ¿verdad? —comentó—. Marcos se está bañando. En unos minutos nos acompañará. ¿Te parece si, mientras esperamos, me ayudas a preparar unas botanas en la cocina?

—¡Claro! Con gusto—respondí y comencé a seguirla. Se había cambiado de ropa: ahora vestía una deportiva, muy ajustada al cuerpo. Lucía espectacular. Me había encantado. Caminamos hasta la cocina.

—Ya te pedí que te sintieras como en casa. Entonces, busca un tazón para servirle chicharrones y papas fritas. Antes, pásame un cuchillo filoso de ese cajón e iré partiendo algunos limones. Por favor también busca la salsa.

Abrí puertas y cajones de la alacena en busca de lo que necesitábamos. Ella abandonó los limones sin cortar. Creo que había subido por Marcos. No vi el cuchillo; mejor tomé otro para cortarlos. Me encontraba buscando otro tazón cuando escuché gritos en el segundo piso.

 

—¡No lo hagas! ¡Es tu amigo! —gritó Sandra—. Detente, por favor… ¡Auxilio!

Corrí asustado por la escalera; me guiaba su voz. Al llegar arriba, la vi salir de una habitación. Entonces se acercó hacia mí. Me tomó las manos. Las suyas se sentían húmedas.

—Ayúdalo, te lo suplico —pidió—. Marcos se accidentó y está sangrando. Voy por ayuda.

Ella descendió con rapidez y yo entré a la recámara en busca de mi amigo. La habitación estaba en penumbra, solo la luz que escapaba del baño la iluminaba. Marcos estaba sobre el piso, no se movía. Me hinqué intentando auxiliarlo. Salté sorprendido ¡Él tenía un cuchillo clavado en el pecho! ¡Eso no parecía un accidente! Luego escuché pasos fuertes y rápidos acercarse. Llegaba la ayuda. Me giré. La luz de una linterna me cegó de frente. Me cubrí con la mano.

—¡Alto, señor! No se mueva —ordenó un policía.

—¡Asesino! —gritó Sandra—. ¡Asesino! ¡Mataste a mi esposo!