Princeniza
Montserrat Elwes
Érase una vez una princesa que nunca quiso ser princesa. Érase una vez una niña buena que no pudo ser niña. Érase una vez una fiesta, una boda, un príncipe azul, una madrastra en el cuento del que no quiero ser protagonista. Érase una vez un final feliz que decidieron sin mí.
La jaula se hizo pájaro. El palacio se hizo cárcel. Quiero saber cuál era mi nombre antes de ser Cenicienta. Quería ser niña, fuente, sonido blanco en la mañana, quería. Sólo quería. Por sacudirme las cenizas que no me pertenecían, me convertí en princesa y soy, dicen que soy, princesa enamorada.
Recuerdo en la niebla una casa mínima, una madre, un despertar cotidiano. Recuerdo. Fue rápido. Llegaron nubes sucias, olor a ausencia. ¡Madre! Un fuego roto en la cocina, una comitiva fúnebre, un padre solo, una niña que no es niña, una niña que ya no quería ser yo, una mujer extraña, que no es mi madre, unas hermanas que no son de aquí, ya no soy la niña de la casa, dicen que soy niña de la ceniza, dicen.
¿Hubiera podido salir de la ceniza si no hubiera intervenido una madrina? Si una madrina no hubiera hecho conmigo lo que se esperaba de mí, lo que alguien pensaba que yo debía ser, niña buena, princesa de perfil.
Ser jaula, ser pájaro, ser ceniza entre las cocinas y voz callada entre los palacios.
Soy princesa por no ser ceniza.
Érase una vez una princesa que no quería ser princesa. Érase una vez todo lo que no fui.