La popularidad

Cristi Moro

Hace veinticinco años, me pasó algo que, cada vez que lo recuerdo, me produce risa, aunque en su momento fue muy embarazoso.  Yo estaba pasando el verano en mi casa de la playa.  Un día, un primero de agosto, cuando  bajaba a la playa, cargada con mi silla y con mi bolsa,  me crucé con un joven conocido, de unos treinta años,  que subía y  que me saludó sonriendo:

¡Hola! ¡Buenas tardes!

¡Hola!  ¡Buenas tardes! le contesté.

Desde entonces me cruzaba diariamente con él; parecía que nos poníamos de acuerdo para coincidir. Yo bajaba, y él subía;  siempre nos saludábamos igual.  A la semana, añadimos al saludo un “Hasta mañana” Cada día, al cruzarme con él, me preguntaba quién era y cómo se llamaba. Yo estaba segura de que nos conocíamos, pero no sabía de dónde. 

Un día se me resbaló la silla y, al agacharme para cogerla, solté la bolsa, y todo el contenido se desparramó por el suelo.  Él me ayudó a recogerla, mientras  yo le decía:

Gracias por tu ayuda.

De nada. Las mujeres lleváis un montón de cosas en las bolsas de la playa. 

Yo, que estaba deseando hablar con él, le comenté:

Mira, desde que te vi el otro día, estoy preguntándome quién eres, porque sé que nos conocemos, pero no sé de dónde, ni cómo te llamas. ¿Eres de Sevilla y trabajas en el hospital?

Ninguna de las dos cosas. Yo no te conozco me dijo muy serio—. Sin embargo, tú me conoces, pero no me conoces.

¿Cómo que te conozco, pero no te conozco? ¿Qué significa ese galimatías? ¿Me tomas el pelo?   

No, solo te digo que tú me conoces, pero que, en realidad, no me conoces.

Vamos a ver; fuiste tú el primero en saludar, y yo te contesté porque tu cara me era conocida.

Se echó a reír.

Yo solo te di los buenos días y después te sigo devolviendo tu saludo. En cuanto a que mi cara te resulta conocida,  es normal: soy presentador de televisión. Me llamo Jesús Vázquez. —¡Tierra, trágame! Qué vergüenza… Jesús Vázquez. Ahora entendía el “Me conoces, pero no me conoces”.  Me vio tan apesadumbrada que, sonriendo, me dijo—: No te preocupes; creo que, después de casi dos semanas de haber estado saludándonos, si me dices tu nombre, podremos decir a partir de ahora que nos conocemos. Y, para celebrarlo, te invito a una cerveza en el chiringuito.

Me llamo Lola. Pensaba ir a la playa, pero te acepto la cerveza.

Me cogió la silla y nos fuimos al chiringuito.  Allí estaba mi marido con dos parejas amigas que, al verme llegar con él, se extrañaron, pues ellos sí lo reconocieron.  Se lo presenté. Cuando les narré lo ocurrido, estuvimos un buen rato riéndonos. Nos contó que estaba de vacaciones en el hotel cercano a nuestra casa. Mantuvimos una conversación muy agradable y, cuando nos despedimos, había comenzado una amistad que, después de veinticinco años, aún perdura.  

Gracias a la popularidad, conocí a un gran amigo.

La fama. La voz pública.  En su concepto, intervienen dos grandes palabras:  popularidad  y reputación.  La popularidad es el conocimiento masivo de una persona por parte del gran público y de los medios de comunicación.   La reputación es la opinión que los demás tienen de ti, basándose en tus actos. La buena fama es difícil de conseguir; cuesta trabajo y tiempo. La mala fama es más fácil porque no importan los medios para conseguirla.  .

Me viene a la memoria algo que mi madre siempre me decía: «Hija, el dicho “Crea fama y échate a dormir” significa que, una vez que los demás se han formado una  opinión de ti, cuesta poco trabajo conservarla, pero también significa que modificarla cuesta mucho.  Depende, pues,  de ti que esa reputación sea buena o mala». .

La fama  permite, a quien la ostenta, hacer cosas que el resto de las personas no pueden hacer, pero también le impide hacer cosas que pueden hacer las personas que no lo son. Los famosos  gozan de muchos privilegios, pero tienen techos de cristal y viven situaciones de acoso mediático.  Después están los  “famosillos”, esas  personas que, con tal de ser famosas, son capaces de hacer cualquier cosa.