El conejo resilente

Inma Agustí

En una granja donde habitaban varios animales, todos muy amigos, decidieron conjuntamente tomarse un día libre e irse de excursión a la playa.

 

El conejo, que era el que dirigía el grupo, los condujo con mucho alborozo por el camino en dirección al mar. Al llegar a la playa, divisaron un barco anclado en el puerto y a los pocos minutos ya estaban todos a bordo. El conejo cogió el timón y se instaló como capitán. Todos estaban emocionados. Iba a ser una excursión fantástica.

 

Ya estaban mar adentro cuando, de repente, una fuerte tormenta los sorprendió por completo. En medio del temporal, el conejo, como capitán, siguió agarrado a su timón y sin perder la calma. Los gritos y espantos de sus amigos eran tremendos: “¡Estamos perdidos, no tenemos salvación, vamos a morir todos… no lo podremos resistir!…”. El barco se movía en todas direcciones, arrastrado por las olas y por el fuerte viento; pero el Capitán Conejo, muy valiente, seguía llevando el timón y aguantando la tormenta, sujetándose fuerte para no resbalar. Escuchó a sus amigos que le decían: “Abandona el barco, échate al agua porque, si no, vas a terminar en el fondo del mar. ¿No te das cuenta de que esto se está hundiendo?”.

 

Uno a uno fueron desertando entre gritos y exclamaciones, hundiéndose en el mar inmenso. Al final, el capitán quedó solo y seguía asido a su timón sin perder la calma. Cuando hubo amainado un poco, se dijo: “Voy a echar el ancla y así no seré llevado por el viento mar adentro”. Al cabo de unas horas, todo estaba mucho mejor y más tranquilo, y ya podía recorrer el barco de proa a popa. Revisó la nave y se alegró de que, a pesar de algunos destrozos, estaba entera: “El motor enciende y el timón está perfecto”, se dijo. En vista de ello, decidió iniciar el retorno al puerto. Sacó la brújula para orientarse y el mapa marino para saber a dónde dirigirse y llegar por fin donde estaría a salvo. 

 

Y así fue. Al cabo de largas horas, cansado y feliz, ya se encontraba de nuevo en el puerto deseado.