Amparo Piñeirua
Dos agujeros
Escucho que estoy en el hospital; lo que creo que son los médicos, dicen que estoy mal, en coma, y que no saben si me recuperaré. En cuarenta y ocho horas tendrán más certeza.
No me muevo, tampoco abro los ojos. Por momentos me pierdo. Oigo a mi familia acercarse y decirme que despierte, por favor, pero, aunque quisiera, no puedo complacerlos.
Parece que pasaron las horas establecidas. No he mejorado y se debaten sobre si dejarme conectada. Logro tener otras cuarenta y ocho horas, gracias a mi mamá. Sigo igual y, entre lamentos y mucho llanto, deciden desconectarme. El ‘piiiip’ de la máquina empieza a sonar, indicando mi muerte, pero yo sigo igual, escuchando lo que pasa. Oigo el ruido cuando me ponen en un féretro y el momento del entierro, cuando bajan la caja y me veo a mí misma en un agujero. La tierra empieza a caer sobre la caja; quisiera gritar, pero no puedo. El ruido termina. No sé cuánto tiempo pasó y veo otro agujero, en el que me encuentro caminando, pero esta vez no es hacia abajo y oscuro, sino hacia arriba y con mucha luz. Este parece no tener fin. Ahora sí creo que morí.