Abuelo

Andrés García

Algo que recuerdo con mucho amor de mi abuelo, es cuando nos reunía alrededor de una fogata y nos contaba un cuento. El que más añoro, es el que les narro -hoy- a mis nietos y que comparto con ustedes.

Un día, un grupo de potrillos estaban galopando cuando se encontraron con el más pequeño profundamente dormido a la orilla del lago.

—¡Vamos a hacerle una broma! -dijo el negro.

—¡Sí! -gritaron todos- ¡Qué divertido!

—¿Qué hacemos? -preguntó uno.

—Miren allá está un rinoceronte, pidámosle su cuerno y se lo pegamos al potrillo -dijo el blanco.

—¡Sí! -volvieron a gritar todos.

Entonces el más osado le habló al rinoceronte.

—¡Señor rinoceronte, puede prestarnos su cuerno!, lo necesitamos para hacer una broma y si quiere puede venir.

Entre risas y pequeños empujones todos, incluido el rinoceronte, se acercaron a donde descansaba el potrillo y con mucho cuidado le pegaron el cuerno.

—¡Hay que despertarlo, para ver qué cara pone! -dijo uno.

Los potros saltaban y relinchaban, el rinoceronte, gordo como era, solo golpeaba el piso con las pezuñas y gruñía. Pero el potrillo seguía durmiendo. Le dieron un empujoncito y el potrillo abrió los ojos.

—¿Por qué me despiertan? ¿De qué se ríen? -preguntó.

Todos relinchaban de gusto y el rinoceronte bufaba de risa.

—Mírate en el lago -le dijeron.

El potrillo, haciendo caso, se acercó a la orilla y vio su reflejo en el agua, miró con sorpresa un cuerno en su frente, y asustado se lo quiso quitar, golpeaba el cuerno contra el tronco de un árbol, pero estaba tan bien pegado que no se movió nada, el potrillo aterrado metió la cabeza al agua esperando que el cuerno desapareciera, a la segunda vez, el lago se llenó de burbujas multicolores. Los bromistas se asustaron e intentaron quitárselo, pero lo habían pegado tan bien que no pudieron.

—¡Basta, dejen de jalarme la cabeza! -dijo el potrillo-.

Entonces regresó a ver su reflejo y en ese instante, ¡Una luz lo cubrió por completo! El cuerno ya era parte suya. Sonriente volteó a ver a los potros y gritó:

—Soy el primer… unicornio, ¡Soy cuernito!

El feliz potrillo, ahora unicornio, salió corriendo.

El rinoceronte al darse cuenta que había perdido su cuerno, se puso tan triste que con el tiempo engordó y se convirtió en hipopótamo. 

El unicornio se la pasó toda la mañana corriendo por los campos. Entrada la tarde, cuando se encontraba descansando bajo la sombra de un árbol, quiso ir a jugar con sus amigos. Al encontrarlos les dijo:

— ¡Hola! ¿Jugamos unas carreritas hasta el río? 

— ¡Sí, corramos! ¡El último será un borrico!      –Gritaron-

— Empezaremos la carrera desde aquí hasta el peñasco en el río. –Dijo Cuernito- Se acercaron para         comenzar, pero de pronto, el potrillo café dijo: -Tú no eres nuestro amigo el potrillo, tienes una cosa muy fea en tu cabeza, ¿Quién eres?

— ¡Soy yo! Su amigo de siempre. Uno a uno de los potrillos voltearon a verlo y se burlaron de su gran cuerno.

— ¡Pareces un batracio! Dijo uno de ellos.

— ¿Qué es un batracio? Preguntó Cuernito.

—No lo sé, pero suena muy feo, igualito a cómo te ves con ese cuerno. ¡Batracio, batracio! Empezaron a gritarle. – No soy un batracio, soy un potrillo que cambió y ahora soy un unicornio. – ¡Batracio, batracio! Seguían burlándose todos. – Hay que arrancarle el cuerno. Gritó el potrillo café.

—¡No! -Respondió con fuerza Cuernito- Me gusta mi cambio. Justo en el momento en que todos los potrillos se le iban a arrojar encima, se formó en el horizonte un hermoso arcoíris y desde el centro del mismo aparecieron dos magníficos caballos y se acercaron galopando.

—¿Qué pasa aquí? Preguntó uno de los caballos. Ningún potrillo respondió, pues tenían un poquito de miedo. – Contesten, nada malo va a pasar. Dijo el otro caballo.

—Se estaban burlando de mi cuerno, querían quitármelo, pero a mí me gusta. -Respondió Cuernito.-

—Es que antes sabíamos que él era un potrillo igual a nosotros y ahora no sabemos quién es y nos da miedo. Contestó el café. -Entiendo lo que dices- El cambio da miedo, pero vale la pena, yo cuando era potrillo quería volar, todos decían que era imposible… ¡Vean! –Los caballos desplegaron sus alas-  Ahora somos Pegasos.

En ese momento mi abuelo callaba  y nos sonreía.