El cuaderno

Mireya Castizo

Hay una ventana abierta y entra fresco en la habitación. Hay muchos papeles por todas partes. En la mesilla de noche hay un enorme cuaderno. Me resulta familiar este sitio pero no acabo de saber con exactitud qué habitación es ésta ni por qué me he despertado aquí. Miro entre los papeles buscando alguna pista. Quizá con un poco de café me despeje. Además me estoy meando. Saldré de la habitación a explorar. 

Salgo a lo que parece una vivienda y digo “hola» un poco tímidamente. Nadie me responde. Encuentro un salón-comedor con una televisión y muchos libros. A la derecha hay un pasillo, encuentro un baño. El baño también me resulta familiar. Hago pis y sigo por el pasillo. Encuentro una cocina donde hay una cafetera italiana. Descubro café en un tarro, ¡Bingo. Lo preparo y lo pongo en el fuego, y vuelvo a la habitación. «Qué raro, la cocina sí que no me suena de nada». Miro la libreta mientras se prepara el café y decido abrirla. Me prometo que si encuentro algo comprometedor dejaré de leerla. En el cuaderno hay dibujos a carboncillo. Observo que en la última página, con letra muy clara hay algo escrito: 

《SI ENCUENTRAS ESTE CUADERNO ENVÍALO A SU DUEÑA POR FAVOR. ÚRSULA PÉREZ. CALLE CORONEL JUÁREZ, 18 . 1°C.MADRID》

En esa habitación no hay nada para dibujar, pero me encantaría terminar uno de los bocetos del cuaderno. Es el de un rostro agrietado de un hombre anciano. Me llega el olor a café. Voy a la cocina y me sirvo en un vaso sucio. Y allí, junto a unas manzanas mustias me sorprende ver un lápiz de carboncillo, ¡Eureka! Lo siento por Úrsula, pero voy a terminar el dibujo, me siento inspirada. «¡Y ni siquiera recuerdo si sé pintar!»

Vuelvo a la habitación misteriosa con ansias locas de bocetar. Logro terminar al anciano. Creo que Úrsula estaría orgullosa de este viejito, he podido mantener el estilo de sus dibujos (casi como copiándola, reconozco). Sé que ha pasado un buen rato desde que me levanté y estuve dibujando porque el hambre aprieta y el Sol ha cambiado bastante su posición, según veo por la ventana. 

Voy a la cocina y … ¡no hay ni una mísera lata de atún! Sólo manzanas mustias. ¿Quién querría comerse eso? Pero mira tú qué suerte que en una caja de galletas descubro una buena cantidad de billetes, cojo algunos y decido salir a comer a un bar. Cuando estoy a punto de abandonar la casa me acuerdo del cuaderno y pienso en lo mucho que Úrsula lo echará en falta. ¡Se lo enviaré! No creo que le importe mi «aportación artística», mi pequeño sacrilegio. Salgo de la casa con el dinero y el cuaderno y dejo la puerta semiabierta porque quizá vuelva a la casa luego, si no ¿a dónde iré?

Comienzo a caminar por la ciudad, me topo con un restaurante de comida italiana.  No tardo mucho en estar comiéndome una lasaña. Al ir a pagar le pregunto al camarero que dónde puedo enviar un cuaderno. El camarero me dice que siempre le pregunto lo mismo. Yo juraría que no le conozco de nada. Aún así es muy amable y me indica dónde está Seur, queda en la calle de al lado. En Seur me atiende una señora gorda y risueña:
– Quiero enviar este cuaderno- le digo.
– Ya sabe, métalo en este sobre y anote remitente.- me insta.Hago lo que me dice y al ver la dirección me dice que me costará cinco euros. Pago, me guardo la factura y me despido de la señora. 

Ya he cumplido con Úrsula. Decido volver al piso misterioso. Me resulta sencillo recordar las calles de vuelta. «¡Hola!» grito antes de volver a entrar. Nadie contesta. Dejo la factura con las otras que hay sobre la mesa y me tumbo en la cama. Cuando me estoy quedando medio dormida llaman al timbre. Abro, son de Seur. Me traen un paquete. Lo abro y encuentro el cuaderno de Úrsula.